EL PROPIO NIÑO DEBE HACERSE RESPONSABLE

(organización del trabajo escolar)

 

 

Muchos padres se dirigen a usted, diría yo, un poco como pidiéndole socorro: “Ah, Dios mío! ¿Cómo ayudar a este chico a organizar su trabajo? Esta en las nubes; es esto, es aquello”.

 

Veamos ante todo una carta ejemplar. Es de una madre que le pide que diga usted a su hijo de ocho años que ya es hora de que se haga cargo de él mismo de su propia persona. Esta señora tiene dos hijos más, de seis años y de un año. Ya no sabe a qué argumentos apelar para que su hijo preste atención. Nos cuenta, por ejemplo, su última hazaña: después de salir de la escuela un día de lluvia, el chico volvió a la casa deprisa –porque siempre anda corriendo, sin reflexionar, según escribe la madre-, pero con el impermeable en el brazo, lo cual hizo que llegara completamente empapado. Otro día, como llevaba la cartera mal cerrada, perdió por el camino el cuadernillo y la goma. “Según mi marido, debo cuidarlo y atenderlo demasiado, de manera que mi hijo no puede comprender que él mismo debe asumir responsabilidades. Tal vez. Pero lo cierto es que hace ya más de dos años que le doy guerra para que ordene sus cosas, se lave las manos sin tener que decírselo, etc. Mi hija que, sin embargo, tienen dos años menos que él es más responsable; pero el tiene la impresión de que exijo siempre esfuerzos, que estoy siempre encima y que a los demás no les pido nada.” Nos explica que este niño es, por otro lado, muy inteligente y de los primeros de su clase. Es también charlatán, pero ¿qué niño no es charlatán?...Y también distraído: “Cuando se le habla de todos estos pequeños problemas, no dice nada pero seguramente piensa: “Me fastidiáis con cosas que no tienen importancia”.

 

De esta carta se desprende algo importante: Que la madre parece haberse ocupado ella sola de la educación de sus hijos y sobre todo de este chico de ocho años, vivaz, dinámico, que es el mayor. ¿Dice el padre que lo mima demasiado?

 

Yo creo que el padre, cuando los hijos eran pequeños, ha dejado que su mujer se ocupe de ellos sin interesarse él mismo. En todo caso, hace ya dos años que la madre no debería decirle nada más a su hijo. No debería decirle, por ejemplo, “¡Presta atención!” (es decir, “Haz ahora tú mismo lo que yo te hacía hacer”), sino que habría que decirle: “A partir de ahora te las arreglarás solo porque es menester que así sea. Y si no logras hacerlo, entonces me pedirás ayuda”. Quiero decir que debe ser el niño quien pida ayuda a la madre y no que ésta esté continuamente sobre él. Si lleva al revés su chaleco de punto, si se moja bajo la lluvia y se queja por haberse mojado, la madre le hará notar: “Pero si tenías tu impermeable! ¿Cómo no se te ocurrió pensar que lo tenías?” Eso es todo. Y que no lo regañe. El chico habrá tenido así su experiencia. Si perdió su cartera, que la madre lo lamente, pero nada más. En realidad, se trata de un niño al que hay que compadecer por todos esos desagradables accidentes. Parece que además vuelca vasos y platos porque no pone atención.

 

Me parece que durante demasiado tiempo fueron los brazos y las manos de la madre los que hicieron todo por él. De manera que la mejor manera de ayudarlo consiste en dejarlo tranquilo. El niño contará las tonterías que hizo y la madre le replicará: “¿Comprendes? Cuando eras pequeño te mimé demasiado. Pero ahora tú mismo llegarás a hacerlo todo bien”. ¿Qué no se lavó las manos? Cuando se dirija a la mesa la madre le hará notar: “¿Vas a comer con las manos sucias? Eso es malo porque las manos recogen cualquier clase de suciedad. Ya ves que yo misma me siento a la mesa con las manos limpias”. Pero que no le mande ir a lavarse las manos antes de la comida. Todo será cuestión de perder cinco minutos y que la sopa se enfríe un poco. ¿Qué importancia tiene eso? ¡Qué lo deje tranquilo!

 

Ahora, si el padre quiere intervenir –cosa que pido a la madre que no haga ella misma- que la madre no se mezcle en la cuestión y que descanse en su marido. ¡Si tiene las manos sucias, tanto peor! No le toca a ella intervenir. Ahora debe dejar que este niño se defina en relación consigo mismo y en relación con su padre, y no intervenir ella misma. Todo se arreglará, porque se trata de un niño muy bien dotado que tiene empuje en todo lo que hace. Lo cierto es que la madre no lo dejó tener empuje bastante temprano.

 

Ahora generalicemos un poco; dijo usted que muchas cartas nos hablan de niños que no saben dominar su trabajo escolar, que lo arrastran, que no lo terminan o que se pasan horas con sus deberes que, en última instancia, no hacen. Ésta es una cuestión de organización del trabajo. Sólo a cierta edad el niño se preocupa de tal organización. Antes de esa edad no creo que los padres puedan hacer gran cosa.

 

Algo pueden hacer quizás en las grandes ocasiones, como cuando hay que redactar una composición o repasar las lecciones. Estas ocasiones ofrecen la oportunidad de enseñar temprano a un niño a estudiar sus lecciones; hay que pedirle que las diga en voz alta. Los padres pueden mostrarle cómo harían ellos en lugar del niño: se lee en voz alta la lección, escuchando bien (aun cuando el chico sólo escuche a medias, ve cómo el padre y la madre lo hacen), luego se cierra el libro y trata uno de recordar lo leído. Si el chico dice; “Ya está, sé la lección ¿quieres que te la recite?” El padre aceptará, pero sólo si el niño se lo pide…y nunca hay que hacerle recitar toda la lección. Hay que interrogarlo simplemente sobre uno o dos puntos a lo sumo, puntos tomados al azar, y hacerle notar, por ejemplo: No sabías este punto”. Si el chico protesta “¡Pero si lo sabía muy bien!” se le responderá: “Pues si lo sabías, me has respondido mal…” Eso es todo, en cambio, si el chico responde bien se le dice: “Has respondido bien a esta pregunta, espero que sepas igualmente los demás puntos”. No se insiste más, no se le hace machacar la lección, pues corre el riesgo de aburrirlo.

 

Y otra cosa más: los niños que cuando pequeños fueron anoréxicos (es decir que vomitaban la comida y no querían comer) llegan mucho más tarde que los otros a “saber” sus lecciones. No hay que hacérselas recitar, porque para ellos recitar es como vomitar. Hay que decirles: “Sé que has pasado bastante tiempo con esta lección y debes saberla”. Si al día siguiente el chico vuelve de la escuela diciendo “Me pusieron una mala nota”, hay que alentarlo: “Seguramente mejorarás. Es como cuando eras pequeño que no lograbas comer. Pues bien, las lecciones son algo que hay que tragar. Lo que ocurre es que ahora no las tragas. Pero seguramente ya llegará el momento en que lo hagas”. En suma, mostrar confianza en el niño.

 

En cuanto a la organización del trabajo, la edad en que esta cuestión interesa al niño es aproximadamente la edad en que cursa la sexta clase. Sería realmente interesante que en las escuelas se enseñara a los alumnos a organizar su trabajo en ese momento. Puesto que esto no se enseña –salvo en el caso de ciertos maestros y maestras- ¿cómo puede una madre o un padre o un hermano mayor ayudar a un niño, siempre que éste haya solicitado ayuda y diga “Quisiera salir adelante”? En primer lugar, examina uno el cuaderno donde se han notado los deberes que hay que hacer; si el niño no lleva bien ese cuaderno, mal comprenderá lo que debe hacer. Pero le diremos “Esto se arreglará en unos pocos días. Tráeme el cuaderno de deberes de algún compañero. Comparemos”. Porque en efecto ciertos niños pasan por alto parte de lo que deben hacer en su casa; o anotan con demasiada prisa o no lo hacen suficientemente aprisa. Luego, si el trabajo que hay que hacer está bien indicado, hay que calcular con el niño el tiempo que se dedicará a cada asunto: “Necesitará tantos minutos para hacer esto. A tal hora harás esto otro; si todo sale bien, habrás terminado a tal hora”. Y entonces se anotan esos horarios en un papel que se deja cerca del chico. La mamá recordará las horas fijadas y acudirá para controlar: “Ahora basta. Ya has trabajado suficientemente con esta lección, pasa a la otra”. Si no se procede así los alumnos se ven ahogados por el trabajo; los profesores piden muchas cosas y nunca se terminaría con el primer asunto estudiado. Poco a poco, al cabo de algunas semanas, el niño llegará a administrar bien su tiempo, a aprender lo esencial y a dejar de lado lo que no lo es, porque también hay que saber dónde detenerse. Entre la negligencia y el perfeccionismo se tarta de encontrar el justo medio, el de la eficacia suficiente.

 

Tenemos aquí otra carta de una madre preocupada. Tienen dos hijos de ocho años y de un año y una hija de cuatro. El problema que se plantea –y que le plantea a usted- se refiere al varón de ocho años. “Es un chico muy alegre, pero a menudo despreocupado en la escuela, no trabaja ni demasiado bien, ni demasiado mal, pero lleva mal sus cuadernos; por lo menos procuro que los conserve limpios. Esta mañana, antes de ir a la escuela, escribió una cartita a un corresponsal que le había designado la maestra; lo hizo deprisa, pues se había olvidado de escribirle ayer por la tarde, junto con sus deberes. No se mencionaba aquella carta en el cuaderno de deberes que yo consulto todos los días cuando mi hijo regresa de clase. Ya eran las ocho y veinte. Mi hijo acababa de corregir dos errores que yo le había señalado y lo hizo con una estilográfica, siendo así que la carta estaba escrita con lápiz. Le dije: “Deberás hacerla de nuevo. Así aprenderás a no hacer las cosas a último momento”. Entonces pareció excitado, se puso a llorar y bruscamente me espetó: “No, mamá, llegaré tarde a la escuela…por favor”. Y como yo no cedía, exclamó: “Voy a matarme”. Era la primera vez que oía decir semejante cosa de mi hijo. Tuve mucho miedo. Le hablé con calma de su carta y le expliqué que la próxima vez la haría más temprano y que no por eso íbamos a disputar. Luego se marchó consolado y sobre todo calmado, pues yo no le había hecho hacer la carta. Ahora me temo que mi hijo recurra a esa frase un poco para hacerme objeto de chantaje, pues tiene que haberse dado cuenta del efecto que había producido en mí. Tuve la impresión de una ducha helada. Dígame usted lo que debo hacer si vuelve a amenazarme de esta manera. Es ésta la primera vez que no sé que actitud adoptar.”

 

Esta carta es interesante porque aquí se trata de un niño bien dotado y de una mujer que no sabe ser la madre de un chico de ocho años. A partir de los siete o de los ocho años, un varón debe saber que su madre confía en él. Me pregunto si esta señora no debería abandonar completamente ese papel de vigilante de estudios que asumió con su hijo. Si continúa así echará a perder las relaciones entre madre e hijo. Y me pregunto si al niño no le interesará más permanecer en el estudio de la escuela para regresar a la casa con los deberes ya hechos, de modo que la madre no controlara sus cuadernos. Ésta podría decirle: “Espero que ya sepas desenvolverte solo…Muchas veces te he dado la lata para que hicieras tus deberes…Ahora te tengo confianza”. Es hora de que este niño inteligente se rija por si mismo. Y después está esa historia de la carta…¿Qué tuviera errores o no los tuviera ¿qué importancia tiene? Encuentro chocante que esta señora se ponga a corregir una carta escrita por un niño a otro niño.

 

La carta tiene una posdata: “antes de escribirle a usted esperé a que mi hijo regresara de la escuela para conocer su estado de ánimo”. El niño la miró y le dijo: “ahora pareces muy tranquila”. Pero la madre está muy inquieta porque se dice que el hijo utilizará ahora una frase terrible “Voy a matarme” como un medio de ejercer chantaje ¿Qué prueba esto? ¿Qué el niño es muy inteligente o que está muy perturbado?

 

Esto prueba sencillamente que ya no sabe qué hacer para desembarazarse de su madre y regirse por sí mismo. Eso es lo que quiere decir: La madre lo deprime hasta el punto que el niño ya no puede quererse enfrentado a una imagen de sí mismo en la cual siempre se encuentra en falta. Se siente acosado por la madre. Tiene un carácter despreocupado, ¿por qué no? Si todos pudiéramos ser despreocupados, gozaríamos de mejor salud. Las preocupaciones ya vendrán; pero este chico no está en la edad de tenerlas. ¿Para qué creárselas? ¿Qué importancia tiene una falta de ortografía? En un dictado, pase, hay que corregirlas, pero que un niño de ocho años cometa un error en una carta, ¿qué puede importarle eso a la madre?

 

Además, que escriba con lápiz en lugar de emplear un bolígrafo…

 

Decididamente es un poco terrible esta carta. Espero que la lección que el chico dio a su madre tenga sus frutos. Porque verdaderamente el chico no dijo que iba a matarse para amenazarla, lo dijo porque había llegado a pensar: “No hay nada que hacer. Si realmente vivir es esto, no vale la pena”. Lo digo una vez más, a los ocho años un niño debe vivir por sí mismo. Debe valerse por él mismo aunque corre el riesgo de sacar notas mediocres en la escuela; pero éste es un detalle. Y es importante que por la noches no le quede nada que hacer, así cuando está en familia reinará la alegría y no trabajo y más trabajo; que la madre no se convierta en una maestra más.

 

¡Y otra cosa! En esta carta no se dice nada del padre…Tal vez éste diga lo mismo que yo: “Pero no te ocupes más de él, al fin de cuentas a los ocho años sabe muy bien lo que debe hacer”.

 

Al oír esta respuesta, la madre seguramente temerá cambiar de actitud e interpretará que usted la lleva a una especie de renuncia. Y dirá: “Él se aprovechará de esto”.

 

¡Pero no! Debe hablar con el hijo; cuando éste le dijo “Ahora pareces muy tranquila”, por qué no le respondió: “Si, pero me sentí aterrada cuando vi que mi manera de obrar contigo provocaba semejante reacción ¿Pero tu sabes que te quiero?” El chico no sabe si la madre lo quiere; lo único que sabía en aquel momento era que llegaría tarde a la escuela y que ella prefería corregir la carta antes que dejarlo ir; ahora bien, salir para la escuela es un acto que debe cumplir él mismo. No ha de preocuparse por lo que la madre diga o no diga. Si se ha desayunado o no. Si está vestido o no ¿Que quiere salir para la escuela? ¡Que lo haga! Es asunto suyo ¿no es cierto? Lo repito, a los ocho años un niño tiene que valerse por si mismo, aunque evidentemente debe ser controlado, pero sólo en líneas generales y no paso a paso como se hace aquí.