Explicar los ruidos y hacer amar la música amándola

(Los sonidos: ruidos y música)

 

 

En esta sociedad, vivimos rodeados y a veces hasta agredidos por ruidos y sonidos…Sobre esta cuestión, muchos padres jóvenes le preguntan a usted cómo puede acostumbrarse a los bebés a los ruidos, cómo pueden presentarles los sonidos que los niños descubren casi a cada minuto, todos los días, y que los asustan, muchas veces porque no pueden identificarlos.

 

Debo decir que en la casa lo que asusta al niño son los ruidos de la máquina aspiradora, de los aparatos eléctricos que zumban y las descargas de agua del inodoro. La única manera de prevenir o de vencer esas angustias consiste en tomar al niño en los brazos y explicarle: “Mira, ese ruido que no te gusta lo hace la aspiradora; y ése es el ruido de la descarga de agua, etc.”, mientras se da el nombre de las cosas. “Ven, ya verás”.

 

¿Aun cuando el niño tenga pocas semanas?

 

¡Desde Luego! ¡Aún cuando tenga quince días, ocho días! Que la madre haga oír al hijo todos esos ruidos familiares mientras lo sostiene en sus brazos. De esa manera los ruidos entran a formar parte de una “mamaización” tranquilizadora.

 

¿“Mamaización”? ¡Vaya con la palabreja!

 

Me gusta este neologismo. Cuando todo está “mamaizado” en la vida de un niño, en la vida familiar, todo es seguridad, pues todo forma parte de la intimidad con la mamá. Diré que si el niño tiene miedo del ruido de la máquina aspiradora es porque generalmente lo oye en momentos en que la madre está agitada. Desgreñada, trajinando; es un fastidio para ella, pero debe hacer ese trabajo. Y el bebé siente todo eso como una tensión. Lo que lo asusta es lo que rodea toda esa actividad, sobre todo si no la vio antes cuando era muy pequeño como algo que formaba parte de la vida habitual, cotidiana, de la madre.

 

También está el ruido de la sirena del primer jueves de cada mes. Si los padres viven cerca de una de esas sirenas, es menester que las madres tengan en brazos al hijo ese día a partir de las doce menos diez para estar seguras de que a mediodía los primeros sonidos no lo asusten. Y si está en la calle debe tomar en brazos al hijo apenas oye la sirena. La sirena es algo antifisiológico. Al oírla, algunos lactantes se encogen y se ponen azules de angustia. Pero la madre puede tranquilizarlos mirándolos a los ojos y diciéndoles: “Eso que oyes no es nada, se llama sirena. No deber tener miedo. ¿Mamá esta aquí, ya ves!” Después los chicos podrán oír toda clase de sirenas, las de los automóviles patrulleros y las sirenas de los techos, sin temor alguno. Sencillamente hay que poner cuidado las primeras veces.

 

En cuanto a los ruidos de las descargas de agua del inodoro, hay que tener en cuenta que al niño le preocupa el destino de sus excrementos que todavía forman parte de él, y tiene miedo de verse arrastrado con ellos, si algún día por casualidad se encontrara allí. Se siente, pues, como arrastrado por este ruido. También hay niños que se turban mucho cuando la bañera al vaciarse hace un ruido de sifón, como si temieran verse arrastrados por el aguar que desaparece. Estas cosas hay que decírselas con palabras, cuando todavía no están dispuestos a mirarlas y luego hay que hacérselas observar; así se acostumbrarán muy pronto.

 

Pero sobre todo, no hay que burlarse de un niño que tiene miedo de un ruido. No hay que decirle nunca: “¡Ah, qué tonto eres! ¡Es la aspiradora!” Hay que considerar que un niño quiere saber y entonces hay que explicarle el ruido con palabras y tranquilizarlo.

 

¿Ni hay que vacilar tampoco en hacer funcionar esos aparatos?

 

¡Eso es! Y hay que mostrar al niño cómo él mismo puede hacer funcionar el aparato de un botón.

 

Consideremos ahora una cuestión diferente. Sin querer decidir sobre problemas que no entran en el campo de la especialidad de usted, pero que de todas maneras se refieren al niño, hemos elegido unas cartas sobre el despertar musical de los niños, especialmente lo relacionado con las lecciones de piano. Porque en nuestro correo las lecciones de piano son un tema que aparece a menudo. Tenemos aquí una carta que representa a muchas otras; es de una corresponsal que tiene tres hijas de once, nueve y cuatro años. El problema estriba en que la abuela materna de las niñas, que es profesora de piano, da lecciones a la chica de nueve años. Antes había dado lecciones de piano a la hija mayor, pero, como dice la madre, “las abandonó después de uno a o dos años de gritos, llantos, escenas de mal humor por parte de la niña, cada vez que debía acudir a las lecciones. Mi segunda hija hacía, por demás, lo mismo el año pasado. Siempre había protestas y decía “No quiero ir”, “No me gusta el piano”, “Prefiero hacer otra cosa”, etc. Por último, los padres se preguntan ahora si deben perseverar y obligar a las hijas a prender música mediante esas lecciones de piano y si más adelante ellas no se mostraran agradecidas a los padres por haberlas obligado a pasar ese escollo. El padre, cuando se lo interroga sobre lo que hay que hacer, responde: “Ahora comienza con las lecciones de piano, luego será la escuela. Tampoco querrán ir a la escuela”.

 

            ¡Pero es un asunto completamente diferente, puesto que la escuela es obligatoria! Si a un chico no le gustan las lecciones de piano, ello se debe a que el profesor no supo infundirle el gusto por esa disciplina, ya a causa del ambiente que crea en las lecciones, ya porque el profesor mismo no está encantado con su oficio. En efecto, si uno practica esa actividad docente en estado de nerviosidad, eso prueba que no está uno contento con lo que hace. Si enseña para ganarse la vida, corre el riesgo de quitar a los niños el gusto por lo que les enseña. ¿Cuántas personas vi que eran músicos innatos y que perdieron el gusto por la música a causa de un profesor en cuyas lecciones lo pasaban muy mal? Y luego el profesor debe adaptarse ¿Ve que a un niño no le gusta tocar el piano? Pues bien, ya que se le paga por una hora o una media hora de música, que en ese tiempo toque algo para el niño. Eso es mucho mejor que hacerle tocar el piano, si al chico no le gusta. La música es un placer para quienes la aman. Se experimenta el placer de tocarla uno mismo.

 

Por lo demás, no sé cuáles son las relaciones entre esas pequeñas y su abuela, ni si nuestra corresponsal es ella misma una buena pianista, ni si ama la música. Si a ella misma le gusta la música, la oirá a menudo y deberá hablar del placer que experimenta al escucharla y al tocarla. Y es precisamente así como los niños aprenden a amar la música: oyéndola desde pequeños, porque sus padres hacen música, gustan de ella y desde temprano tratan de descubrir cuál es la música que gusta a su bebé.

 

Vuelvo a decirlo, es menester que los padres mismos gusten de la música. Un niño ama algo en fusión afectiva, emocional con su madre. Si estas niñas aprenden a tocar el piano porque la madre quiere complacer a su propia madre, fracasarán. Y fracasarán porque la motivación está en la madre con su propia madre y no en la relación con sus hijas. Además, eso de que más adelante las hijas se lo agradezcan…, verdaderamente…, hacer algo para que los hijos nos lo agradezcan…, es lo que yo llamo educación al revés.

 

Ya me he referido al amor del profesor por su oficio y al amor de los padres por la música; pero también hay que tener en cuenta el movimiento propio del niño. Hay que enseñar un arte a un niño que lo ame. Él mismo, más adelante, buscará el arte que amen sus hijos. ¿Tal vez esta mujer no fue educada por su madre? ¿O tal vez su madre no buscaba lo que le gustaba a la hija? De otra manera no insistiría en hacer estudiar a una niña un instrumento de música que a ésta no le gusta.

 

En cambio, se las podría llevar a audiciones de piano de otros chicos o a conciertos. Uno siempre le puede decir a un hijo: “¡A mí me gusta tanto la música!” ¿Quieres acompañarme al concierto? Si te aburres saldrás de la sala y me esperarás afuera”. Y entonces se le dirá a la acomodadora: “Yo quiero oír el concierto y usted me hará el favor de cuidar al chico aquí fuera!. Poco a poco, los niños que ven cómo sus padres gustan de la música comienzan a amarla ellos mismos, sobre todo si no se trata de una imposición.

 

Desde luego que los niños no gustan en seguida de cualquier música. En el caso de los bebés, por ejemplo, la experiencia nos permite afirmar que lo que gusta a los más pequeños son las secuencias muy breves de música de Mozart y de Bach –variaciones, por ejemplo-, tocadas con uno o dos instrumentos (violonchelo y piano; piano y violín); para los muy pequeños la música de órgano es demasiado compleja, pues no pueden analizarla; el oído de los niños analiza inconscientemente muy bien la música, en la medida en que no esté ensordecido por demasiada intensidad sonora. Pero, por ejemplo, el Librito de Anna Magdalena Bach, con clavecín, piano, flauta, violín, violonchelo es algo que les gusta mucho. Para cuando son mayores, existen maravillosos métodos para formar el gusto musical y el oído armónico. Por ejemplo, el método de Marie Jaël: hay profesores del Estado formados según ese método (por cierto que existen otros, pero yo conozco éste). Además está el canto, los coros de niños. Y si al chico le gusta, ¿por qué no, la danza?

 

A veces ocurre que un niño comienza a aprender a tocar un instrumento y luego lo abandona. Eso no significa que no ame la música. Hay que decirle: Como este instrumento no te gusta, el dinero que yo destinaba a las lecciones lo guardaré aparte para cuando quieras cultivas algún arte, ya se trate de la música, ya se trate de otra cosa”. Es así como los padres muestran que están atentos al amor de sus hijos por un arte. Pues es muy cierto que encontrar un arte que nos prodigue placer en la vida es una alegría grande, muy grande; cuando uno trabaja y ha pasado el día fuera de la casa, al regresar fatigado es algo extraordinario poder contar con el consuelo del arte. Entonces, como estos padres tiene dinero para hacerlo, que separen la cantidad correspondiente a las lecciones y que digan al hijo mientras anotan en una libreta: “esto es lo que cuesta la lección; habrías tenido una lección por semana, de manera que en un mes el importe sería de…”

 

Es todo lo que puedo decir. Pero me consterna ver niños ir a clases de piano como si se encaminaran a sesiones de tortura, ¡eso es espantoso! Lo repito, el disgusto de los niños se debe a la profesora o se debe a la relación del niño con ella o se debe realmente al hecho de que al niño no le gusta la música. Y éste es un hecho que hay que respetar.

 

Todavía una pregunta sobre las lecciones de piano. Los padres siempre preguntan: “¿Hay una edad ideal para estudiarlo?” ¿Cuándo debe comenzarse?”, en el supuesto desde luego de que el niño muestre disposiciones, como suele decirse.

 

¿Se refiere al piano o a la iniciación musical?

 

A las dos cosas, a las lecciones, por un lado, y a la iniciación musical, por otro.

 

La iniciación musical debe comenzarse lo antes posible: a los dos meses si se puede y hasta in utero y durante las semanas que siguen al nacimiento, el mejor de los gitanos va a tocar algún instrumento junto a la mujer embarazada y luego toca junto a la cuna del bebé durante los primeros meses de su vida. Se ha observado que un niño que oyó tocar un instrumento de esta manera, generalmente se dedica a cultivar ese instrumento, si es músico. Son interesantes estas tradiciones de un pueblo musicalmente muy dotado

 

            Por otro lado, en Alemania se comienza la iniciación musical en el jardín de infantes y hasta en la guardería cantando el ritmo de tamboriles. Los instructores del conservatorio reconocen, según parece, a los niños que tienen afición por la música y el oído justo. A partir de los dos años y medio, se los lleva al conservatorio, a la clase de los pequeñuelos, luego, ya en el jardín de infantes, los que muestran gusto por la música son iniciados en ella mediante los instrumentos que les gustan: durante dos meses se practica con un instrumento, durante dos meses con otro. Se siguen los gustos del niño y si interés momentáneo, porque los niños se apasionan verdaderamente por un instrumento alrededor de los cinco o seis años; o bien se los coloca en coros y en grupos de danza y de canto. En general, continúan así su educación musical. En algunos casos el deseo de dominar un instrumentos se manifiesta a veces a los nueves a diez años y más frecuentemente en la pubertad; pero todos han sido preparados por esa educación. Que la iniciación musical haya precedido al momento de la pubertad es algo excelente si no se ha cansado al niño, si se la lleva a cabo como jugando y con un oído musical ya formado. La música, los ritmos y los sonidos forman parte de la vida, como las formas y los colores, y son fuente de placer para todos los seres humanos. Pero también se puede quitar al niño el gusto de un placer si se lo hace obligatorio.