Las necesidades del niño y el papel de la madre en

las primeras etapas

(1951)

 

 

En las secciones previas (de este informe) se señaló en repetidas ocasiones que la función del jardín de infantes no consiste en substituir a una madre ausente, sino en complementar y ampliar el papel que sólo la madre puede desempeñar en los primeros años de la vida del niño. En otras palabras, quizás lo más correcto sea considerar el jardín de infantes como una extensión "ascendente" de la familia, en lugar de una extensión "descendente" de la escuela primaria. Parece conveniente, por lo tanto, y antes de considerar en detalle el papel del jardín de infantes, y de la maestra en particular, que esta comunicación intente presentar un resumen de lo que el bebé necesita de la madre, y la naturaleza del papel que la madre desempeña como promotora de un desarrollo psicológico sano en los primeros años de la vida del niño. Sólo a la luz del papel de la madre y las necesidades del niño se llegará a una comprensión real de la forma en que el jardín de infantes puede continuar la tarea de la madre.

 

Toda descripción que aspire a ser breve, de una necesidad en los primeros años de la vida de un niño, resultará inevitablemente inadecuada. No obstante, y aunque en la etapa actual de nuestro conocimiento no cabe esperar una definición detallada y generalmente aceptada, los miembros del grupo de expertos particularmente interesados en el estudio clínico del desarrollo psicológico en la infancia, concuerdan con que el esquema general que sigue sería aceptado por los otros investigadores de este campo.

 

Considero necesarias unas pocas observaciones preliminares sobre los papeles respectivos de la madre, la maestra jardinera y la maestra de niños de mayor edad.

 

Una madre no necesita tener una comprensión intelectual de su tarea, porque su orientación biológica hacia su propio bebé la torna adecuada para ella en sus aspectos esenciales. Lo que le otorga suficiente eficacia como para manejar las cosas en las primeras etapas del cuidado infantil es su devoción por el bebé y no su conocimiento consciente.

 

Una joven maestra jardinera no está biológicamente orientada hacia ningún niño, excepto en forma indirecta, a través de la identificación con una figura materna. Por lo tanto, es necesario que ella vaya comprendiendo gradualmente que existe una compleja psicología del crecimiento y la adaptación infantiles que requiere condiciones ambientales particulares. El estudio de los niños a su cuidado le permitirá reconocer la naturaleza dinámica del crecimiento emocional normal.

 

Una maestra de niños mayores debe estar más capacitada de apreciar intelectualmente la naturaleza de este problema relativo al crecimiento y la adaptación. Por fortuna, no necesita saberlo todo, debe contar con un temperamento que le permita aceptar la naturaleza dinámica de los procesos del crecimiento y la complejidad del tema, y con el deseo de aumentar su conocimiento de los detalles mediante observaciones y estudios planeados. La oportunidad de analizar la teoría con psicólogos, psiquiatras y psicoanalistas y, desde luego, la lectura, constituirán una gran ayuda.

 

El papel del padre es de vital importancia, al principio a través de su apoyo material y emocional a la madre y luego, gradualmente, a través de su relación directa con el hijo. A la edad del jardín de infantes, puede haberse tornado más importante para el niño que la madre. Con todo, es imposible hacer justicia al papel paterno en la descripción que sigue.

 

Los años del jardín de infantes son significativos debido a que, en ese tiempo, el niño atraviesa por un período de transición entre una etapa y otra. Si bien en algunas formas importantes y en algunos momentos el niño alcanza entre los dos y los cinco años una madurez que se asemeja a la del adolescente, en otros sentidos y en otros momentos esa misma criatura es también (normalmente) inmadura e infantil. Sólo cuando los tempranos cuidados maternos han sido eficaces y cuando, además, los padres siguen proporcionando los elementos ambientales esenciales, las maestras jardineras pueden poner su función maternal en segundo lugar con respecto a la educación preescolar propiamente dicha.

 

En la práctica, todo niño en el jardín de infantes es, en determinados momentos y formas, una criatura que necesita de actitudes maternales (y paternales). Asimismo, en mayor o menor grado, puede darse el caso de una ineficacia materna, y entonces el jardín de infantes tiene la oportunidad de complementar y corregir la ineficacia de la madre, siempre y cuando no se trate de una falla demasiado grave. Por todas estas razones, la maestra joven debe aprender todo lo relativo a la función materna, para lo cual encuentra una buena oportunidad en sus conversaciones con las madres de los niños a su cuidado y en su observación de las actitudes de aquéllas.

 

Psicología normal de la niñez y la primera infancia

 

En el período entre los dos y los cinco o siete años, todo niño normal experimenta los intensísimos conflictos que se originan en las poderosas tendencias instintivas que enriquecen los sentimientos y las relaciones personales. La cualidad del instinto ya no es tan idéntica a la de la primera infancia (principalmente alimentaria) y se asemeja más a la que surge más tarde, en la pubertad, como fundamento de la vida sexual de los adultos. La fantasía consciente e inconsciente del niño adquiere una nueva cualidad que permite identificaciones con madres y padres, esposas y esposos, y los concomitantes corporales de esas fantasías involucran ahora excitaciones parecidas a las de los adultos normales.

 

Al mismo tiempo, apenas comienzan a establecerse relaciones entre seres humanos totales. Además, a esa edad, el niño o la niña todavía está aprendiendo a percibir la realidad externa y a comprender que la madre tiene una vida propia y que es imposible poseerla realmente, pues pertenece a otra persona.

 

La consecuencia de estos procesos es la de que las ideas sobre el amor se ven seguidas por ideas de odio, por los celos y el conflicto emocional doloroso, y por el sufrimiento personal, y cuando el conflicto es demasiado severo, hay una pérdida de la capacidad plena, inhibiciones, "represión", etc., que traen aparejada la formación de síntomas. La expresión de los sentimientos es en parte directa pero, a medida que avanza el desarrollo de un niño, sé torna cada vez más posible obtener alivio mediante al autoexpresión a través del juego y del lenguaje.

 

En todas estas cuestiones, el jardín de infantes ejerce funciones de obvia importancia. Una de ellas consiste en proporcionar durante unas cuantas horas del día una atmósfera emocional que no está tan cargada como la del hogar. Ello permite al niño un intervalo de cierta libertad para el desarrollo personal. Asimismo, pueden establecerse y expresarse entre los niños mismos nuevas relaciones triangulares menos cargadas que los familiares.

 

La escuela, que representa al hogar pero que no constituye una alternativa del hogar, puede proporcionar oportunidades para una profunda relación personal con otras personas aparte de los progenitores, a través de los miembros del personal y de otros niños, y de un marco tolerante pero estable, en el que es posible vivir a fondo las experiencias.

 

Con todo, es fundamental recordar que, si bien existen estas pruebas de progreso en el proceso de la maduración, en otros aspectos persiste la inmadurez. Por ejemplo, la capacidad para la percepción exacta aún no se ha desarrollado plenamente, de modo que cabe esperar de un niño pequeño una concepción subjetiva antes que objetiva del mundo, especialmente en momentos como el de irse a dormir y el de despertar. Ante la amenaza de la ansiedad, el niño retorna fácilmente a la posición infantil de dependencia, a menudo con el resultado de que reaparece la incontinencia así como la intolerancia infantil ante la frustración. Debido a esa inmadurez, la escuela debe estar en condiciones de asumir la función de la madre que dio al niño confianza en los primeros momentos.

 

No cabe suponer que el niño en la etapa del jardín de infantes tenga una capacidad plenamente establecida para mantener amor y odio hacia la misma persona. La forma más primitiva de resolver el conflicto consiste en separar lo bueno de lo malo. La madre del niño, que inevitablemente estimuló en él amor y rabia, ha seguido existiendo y siendo ella misma, y así ha permitido que el niño comience a unir lo que parece bueno y lo que parece malo en ella, de modo que ha empezado a tener sentimientos de culpa y a preocuparse por la agresión dirigida ahora contra la madre por amor a ella y por sus insuficiencias.

 

Existe un factor sutil en el desarrollo de la culpa y la preocupación. La secuencia es: amor (con elementos agresivos), odio, un período de digestión, culpa, reparación a través de la expresión directa o del juego constructivo. Si el niño carece de una oportunidad para la reparación, reacciona con una pérdida de la capacidad para el sentimiento de culpa y, finalmente, de la capacidad de amar. El jardín de infantes continúa esa tarea de la madre gracias a la estabilidad de su personal y también al proporcionar un juego constructivo, que permite a cada niño encontrar la manera de manejar la culpa correspondiente a los impulsos agresivos y destructivos.

 

Con el término "destete" puede describirse una tarea muy importante ya cumplida por la madre. El destete implica que la madre ha dado algo bueno, que ha esperado hasta percibir los signos indicadores de que el niño estaba en condiciones de ser destetado, y que ha llevado a cabo la tarea, a pesar de que ésta provocó respuestas de rabia. Cuando el niño pasa del cuidado hogareño al cuidado escolar; esa experiencia se reproduce en cierta medida, de modo que el estudio de las circunstancias del destete de un niño constituye para la maestra, una importante ayuda para comprender las dificultades iniciales que pueden surgir en la escuela. Cuando u niño se adapta fácilmente a la escuela la maestra toma esa actitud como una consecuencia del éxito de la madre en su tarea del destete.

 

Existen otras formas en que la madre, sin saberlo, realiza tareas esenciales para el establecimiento de una sólida base para la futura salud mental del niño. Por ejemplo, sin su cuidadosa presentación de la realidad externa, el niño carece de medios para establecer una relación satisfactoria con el mundo.

 

En el jardín de infantes se tiene muy en cuenta la zona intermedia entre el sueño y lo real; en particular, el juego se respeta de modo positivo y se utilizan cuentos, dibujos y música. Es sobre todo en este campo donde el jardín de infantes puede enriquecer y ayudar al niño a encontrar una relación operativa entre las ideas, que son libres, y la conducta, que necesariamente debe depender del grupo.

 

Gracias a que la madre ha buscado y visto constantemente al ser humano en su bebé, lo ha ido capacitando para constituirse en una personalidad, para integrarse desde adentro en una unidad. Este proceso no está completo a la edad del jardín de infantes, y durante ese período subsiste la necesidad de un tipo personal de relación, en la que se llame a cada niño por su nombre, se lo vista y se lo trate de acuerdo con lo que cada uno de ellos es y con la forma en que se siente.

 

El cuidado físico del niño desde el nacimiento (o antes) en adelante constituye un proceso psicológico desde el punto de vista del niño. La técnica materna en cuanto a sostenerlo, bañarlo, alimentarlo, todo lo que hizo con el bebé, se fue sumando a la primera idea que el niño tuvo de la madre, y a todo esto se fue agregando gradualmente su aspecto, sus otros atributos físicos y sus sentimientos.

 

La capacidad del niño para sentir que el cuerpo es el lugar donde vive la psiquis no podría haberse desarrollado sin una técnica congruente de manejo, y cuando el jardín de infantes continúa proporcionando un ambiente físico y el cuidado corporal de los niños, cumple una tarea esencial de higiene mental. La alimentación nunca constituye una simple cuestión de conseguir que los chicos traguen la comida; es sencillamente otra de las formas en que la maestra continúa con la tarea de la madre. La escuela, como la madre, demuestra amor al alimentar al niño y, al igual que la madre, da por sentado el rechazo (odio, desconfianza) así como la aceptación (confianza). En el jardín de infantes no hay lugar para lo impersonal y lo mecánico porque, para el niño, ello implica hostilidad o, lo que es peor aún, indiferencia.

 

La descripción del papel de la madre y las necesidades del niño ofrecida en esta sección pone en evidencia que la maestra jardinera, él mismo quien desea participar debe mantenerse en contacto con las funciones maternas, lo cual es congruente con el hecho de que su principal tarea tiene que ver con las funciones educativas de la escuela primaria. Hay escasez de profesores de psicología, pero existe una fuente de información que la maestra jardinera puede utilizar en todas partes: la observación del cuidado infantil tal como lo realizan madres y padres en el marco familiar.

 

El papel de la maestra jardinera

 

Partiendo de la base de que el jardín de infantes complementa y amplía en ciertas direcciones la función de un buen hogar, la maestra jardinera asume, naturalmente, algunos atributos y deberes de la madre para el período escolar, sin que ello implique apelar a sus propias necesidades de desarrollar un vínculo emocional maternal. Antes bien, su obligación consiste en mantener, fortalecer y enriquecer la relación personal del niño con la familia e introducir, al mismo tiempo, un mundo más amplio de personas y oportunidades. Así, desde que el niño ingresa por vez primera a una escuela, una relación sincera v cordial entre la madre y la maestra servirá para despertar un sentimiento de confianza en la madre y de seguridad en el niño. El logro de tal relación ayudará a la maestra a detectar y comprender aquellas perturbaciones infantiles que surgen de circunstancias hogareñas y, en muchos casos, permitirá que ayude a las madres a tenerse más confianza como tales.

 

El ingreso en un jardín de infantes constituye una experiencia social fuera del marco familiar. Plantea al niño un problema psicológico y proporciona a la maestra jardinera una oportunidad para realizar su primera contribución a la higiene mental.

 

El ingreso a la escuela también puede crear ansiedades en la madre, quien a veces interpreta erróneamente la necesidad que tiene el niño de contar con oportunidades para el desarrollo fuera del hogar, y que puede sentir que esa necesidad surge de su propia inadecuación y no, cómo ocurre en realidad, del desarrollo natural del niño.

 

Estos problemas planteados por el ingreso del niño al jardín de infantes ilustran el hecho de que, durante todo este período, la maestra tiene una doble responsabilidad y también una doble oportunidad. Tiene la oportunidad de ayudar a la madre a descubrir sus propias potencialidades maternales, y de ayudar al niño a elaborar los inevitables problemas psicológicos que enfrentan al ser humano en desarrollo.

 

La lealtad para con el hogar y el respeto por la familia son fundamentales para el mantenimiento de relaciones firmes entre el niño, la maestra, y la familia.

 

La maestra asume el papel de una amiga comprensiva y afectuosa, que no sólo será el principal sostén de la vida de los niños fuera del hogar, sino también una persona resuelta y estable en su conducta hacia ellos, que comprende sus alegrías y penas personales, tolera sus incongruencias y puede ayudarlos en los casos de especial necesidad. Sus oportunidades radican en su relación personal con el niño, con la madre, y con todos los chicos como grupo. En contraste con la madre, posee un conocimiento técnico derivado de su formación y una actitud objetiva hacia los niños bajo su cuidado.

 

Aparte de la maestra y su relación con niños individualmente, sus madres, y los niños como grupo, el marco del jardín de infantes en conjunto hace importantes contribuciones al desarrollo psicológico del niño. Proporciona un marco físico más adecuado al nivel de las capacidades del niño que el hogar, en el cual los muebles están construidos teniendo en cuenta el tamaño gigantesco de los adultos, donde el espacio queda reducido, debido a los modernos tipos de construcción, y donde quienes rodean al niño están inevitablemente más preocupados por la tarea de hacer que el hogar marche bien que por el intento de crear una situación en la que el niño pueda desarrollar nuevas capacidades a través del juego, que es una actividad creadora esencial para el desarrollo de todo niño.

 

El jardín de infantes proporciona también al niño la compañía de otros de su misma edad. Es la primera experiencia del niño como miembro de un grupo de pares, lo cual lo enfrenta con la necesidad de desarrollar la capacidad para las relaciones armoniosas en ese grupo.

 

En los primeros años de su vida, los niños realizan simultáneamente tres tareas psicológicas. En primer lugar, establecen una concepción de sí mismos como un yo con una relación con la realidad, a medida que comienzan a concebirla. Segundo, desarrollan una capacidad para la relación con una persona, la madre. Ésta ha capacitado al niño para desarrollarse en estos dos aspectos en un grado considerable antes de asistir al jardín de infantes y, al principio, el ingreso a la escuela constituye un golpe para la relación personal con la madre. El niño lo enfrenta desarrollando otra capacidad, la de establecer una relación personal con otra persona aparte de la madre. Y precisamente porque la maestra jardinera es el objeto de esta relación personal ajena a la madre, aquélla debe comprender que no es una persona "común" para el niño y no puede comportarse en una forma "común". Por ejemplo, debe aceptar la idea de que el niño sólo gradualmente puede llegar a compartirla sin sentirse trastornado.

 

La capacidad para compartirla aumentará a medida que el niño realice exitosamente un tercer tipo de desarrollo, el relativo a la capacidad para relaciones en las que varias personas están involucradas. El grado de desarrollo que cualquier niño haya alcanzado en estos tres aspectos en el momento de ingresar al jardín de infantes depende, en gran medida, de la naturaleza de su experiencia previa con la madre. Los tres procesos del desarrollo se realizan simultáneamente.

 

A medida que continúa el proceso del desarrollo, trae aparejados problemas "normales" que se manifiestan con frecuencia en la conducta del niño en el jardín de infantes. Aunque la aparición de tales problemas es normal y frecuente, el niño necesita ayuda para resolverlos, pues un fracaso en este momento puede dejar una marca indeleble en su personalidad.

 

Teniendo en cuenta que los niños de edad preescolar tienden a ser víctimas de sus propias emociones intensas y su agresividad, la maestra debe protegerlos a veces de sí mismos y ejercer el control y la guía necesarios en la situación inmediata y, además, asegurar la provisión adecuada de actividades satisfactorias en el juego, para ayudar a los niños a encauzar su propia agresividad por canales constructivos y a adquirir actitudes eficaces.

 

Durante todo este período, hay un proceso bilateral entre el hogar y la escuela, tensiones que se originan en uno de esos ámbitos v se manifiestan como trastornos de la conducta en el otro. Cuando la conducta del niño en el hogar es perturbada, la maestra a menudo puede ayudar a la madre a comprender lo que ocurre, gracias a su propia experiencia relativa a los problemas de ese niño en la escuela.

 

Su conocimiento de las fases normales del crecimiento, la prepara también para cambios dramáticos y súbitos de la conducta, y le permite aprender a tolerar los sentimientos de celos originados en perturbaciones en el marco familiar. Las fallas en la higiene, las dificultades en la alimentación y el dormir, el retardo en el hablar, la actividad motora defectuosa, y muchos otros síntomas similares pueden presentarse como problemas normales del crecimiento o bien, en una forma exagerada, como desviaciones de lo normal.

 

También deberá enfrentar, al principio, una desconcertante fluctuación entre actitudes de gran dependencia e independencia, así como, incluso hacia fines de este período, una confusión entre el bien v el mal, entre la fantasía y los hechos, entre lo que es propiedad personal y lo que pertenece a otros.

 

La maestra necesita contar con un considerable conocimiento que la guíe hacia el tratamiento adecuado, sea dentro del jardín de infantes o recurriendo a la ayuda de un especialista.

 

El pleno florecimiento de las potencialidades emocionales, sociales, intelectuales y físicas del niño depende de la organización y provisión de ocupaciones y actividades en el jardín de infantes. La maestra desempeña un papel esencial en esas actividades, al combinar su sensibilidad y conocimiento relativos al lenguaje y la expresión simbólica de los niños, con la capacidad de percibir las necesidades especiales de aquellos dentro de un grupo. Además, el ingenio y la multiplicidad de recursos para proporcionar el equipo necesario deben combinarse con una comprensión del valor de las diferentes formas del juego, por ejemplo, dramático, creador, libre, organizado, constructivo, etcétera.

 

En los años preescolares, el juego constituye el principal medio infantil de resolver los problemas emocionales inherentes al desarrollo. El juego es, asimismo, uno de los métodos de expresión del niño, una manera de decir y preguntar. Es necesario que la maestra comprenda esto intuitivamente, si aspira a ayudar al niño en los penosos problemas que inevitablemente surgen, y que los adultos pasan tan a menudo por alto; también debe contar con una formación que le permita desarrollar y usar esa comprensión del papel del juego para el niño en edad preescolar.

 

La educación en el jardín de infantes exige que la maestra esté dispuesta a fijar límites y controles sobre aquellos impulsos y deseos instintivos, comunes a todos los niños, que resultan inaceptables en sus propias comunidades, y proporcionar al mismo tiempo las herramientas y oportunidades para el desarrollo intelectual y creador pleno de los niños pequeños, y los medios de expresión para su fantasía y su dramatización.

 

Finalmente, cabe mencionar la capacidad de la maestra, e inseparable de su labor con los niños, para trabajar en armonía con otros miembros del personal y de conservar sus cualidades femeninas.