¡Preparáte para el futuro!

(los padres y la escolaridad)

 

 

 

Podemos volver a tratar los problemas de la escolaridad y especialmente la importancia que los padres en general asignan a la vida escolar de sus hijos…

 

…y sobre la importancia que le dan, pero sobre todo la angustia que sienten tocante a este asunto.

 

Esta preocupación se manifiesta a menudo en interrogaciones de los padres: “Mi hijo de once años parece feliz. Pero si no pasa con éxito su escolaridad, ¿triunfará en la vida? ¿Será feliz más adelante?” De ahí que nos hagan toda clase de preguntas sobre la escuela. La carta siguiente representa muchas cosas: “Señora, mi marido no está de acuerdo con usted; él, por ejemplo, quiere hacerle leer, todos los días, a nuestro hijo de siete años y medio, que está en segundo grado, y que tiene problemas de lectura en clase. Esta circunstancia desencadena dramas. ¿Qué piensa usted?”

 

Este padre quiere ayudar a leer a su hijo de siete años y medio. ¿Por qué no? Pero que sepa, como por lo demás lo demostró Freinet, que uno aprende a leer escribiendo, no leyendo. Si al padre le gusta la lectura terminará por contagiar a su hijo. También puede contarle cuentos. Y si quiere adiestrarlo en la lectura, que le haga leer una línea o dos y le explique: “Mira, parece cosa de magia cómo estas letritas se convierten en palabras que quieren decir algo”. Que le haga interesante la lectura pero que ésta no se desarrolle, como parece ser el caso aquí, en medio de lágrimas y gritos. Y si la madre quiere también ayudar a su hijo, que recorte, por ejemplo, letras de imprenta de los diarios y las pegue en cartones. En los negocios se vende también juegos de letras. Que se diviertan los dos componiendo palabras con esas letras o que se hagan juntos palabras cruzadas. Estos ejercicios adiestrarán mucho mejor a este chico que la lectura misma, por la cual ya siente cierta repugnancia. Un niño nunca se desarrolla haciendo algo de bajo presión.

 

Aquí tenemos otra actitud que traduce la angustia de los padres frente a la escolaridad: “Tengo un hijo de doce años que no trabaja bien. Hay que ayudarlo a hacer los deberes. El padre le pone por delante el ejemplo de los primos que triunfaron en la vida y que a los doce años eran todos buenos alumnos…”

 

            Quisiera decir en seguida que es muy malo poner como ejemplo a un niño otro niño. Diría uno que ese hombre experimenta sentimientos de inferioridad por ser padre de otro. Eso es lo que significa poner como ejemplo a un niño de otra familia, en lugar de atender a las cualidades de su propio hijo y estimularlas. La educación estriba en ayudar al niño a que dé lo mejor de sí mismo, pero no en alentarlo a imitar a otro.

 

Muy bien, pero ahora pongámonos un poco en el lugar de esos padres que escriben: “Hay que hacerle los deberes, de otra manera sería una catástrofe”. Hay niños que manifiestamente no se adaptan a la vida escolar tal como ésta es en la actualidad. Sin embargo, es menester que vallan a la escuela. Entonces, ¿cómo ayudarlos?

 

Si los padres quieren hacer los deberes en lugar del hijo, ¿porqué no? Pero con la condición de que durante ese tiempo el niño esté contento y practique otras actividades. Un ser humano es feliz cuando se siente bien dentro de pellejo: en el momento de hacer los deberes, el chico tiene ganas de hacer otra cosa. Si los padres quieren hacerle los deberes para que el hijo pase al grado siguiente, nada tengo que objetar. Tampoco puede impedirse que los padres se den un placer.

 

Pero ciertamente no es educativo para le hijo obtener notas que en última instancia son las notas de los padres.

 

Bueno, pero queda pendiente la pregunta: ¿Cómo ayudar a esos niños?

 

Pues, en primer lugar preguntándoles si quieren ser ayudados y en qué quieren serlo. Aquí está el problema: los padres siempre quieren algo que el hijo todavía no quiere. Si un niño pide a sus padres que lo ayuden, en ese momento ellos deben apoyarlo y sostenerle la atención. Algunos niños no pueden prestar atención ellos solos. Hay que reconocer que después de estar sentados ocho horas en clase, tener que hacer luego los deberes en casa es una tarea penosa que sólo puede realizarse cuando existe una relación agradable, afectuosa y tierna entre los hijos y los padres, que los apoyan y que aun teniendo sus propias ocupaciones pueden disponer de algunos momentos cuando los hijos piden algo. Lo que no hay que hacer es forzar al niño, gritarle, ejercer el chantaje de la recompensa o el castigo. Pues entonces o se le quita el gusto por el trabajo o se lo convierte en un ser obsesionado por la escolaridad. Y así la vida le pasa por delante sin que él participe.

 

Françoise Dolto, aquí hay una carta en la que se le reprocha un poquito el no tener suficientemente en cuenta la realidad social: “También hay que considerar las ideas de los padres pertenecientes a medios modestos y su deseo de hacer que sus hijos alcancen un desahogo material mayor, porque a menudo el desahogo material y los diplomas corren parejos”. Cito estas palabras para explicar las reacciones violentas de algunos.

 

Poco antes decía usted: “Y así la vida le pasa por delante”. Sobre este punto una corresponsal escribe: “He dado un salto al aire al oírle decir a usted que no importaba que los chicos trabajasen bien en la escuela, y que, por el contrario, los que tienen éxito en sus estudios son niños que no tuvieron juventud”.

 

Lo cierto es que a menudo me escriben: “La escolaridad echó a perder mi juventud”.

 

Esta señora también escribe: “Pues bien, yo tengo siete hijos…La mayor de veinticinco años es ingeniera civil, la siguiente de veinticuatro años es ingeniera en construcciones aeronáuticas; la otra de veintidós años es ingeniera agrónoma; la última de veinte años es enfermera; en cuanto a los tres varones están en el liceo…

 

Todas ellas son personas que, como se dice, triunfaron. Y la madre nos cuenta que siempre estaba en el hogar y que había aceptado parecer en cierto sentido inferior por no tener ninguna profesión. Pero ocuparse de la casa y mantenerla en orden, hacerla agradable y estar continuamente en ella para que los hijos puedan concentrarse en su trabajo gracias a la madre que los ayuda con sus palabras sin urgirlos, es ya una profesión extraordinaria.

 

Y esta señora precisa que la vida no les pasó por delante, que todos practicaron deportes. “No teníamos televisión hasta el año pasado, pero mis hijos practicaron danza, piano…”

 

Cada hijo triunfó precisamente porque tuvo la posibilidad de hacer lo que le interesaba paralelamente a la vida escolar. ¡La situación es perfecta!

 

            Y la carta termina con una formula que le agradará a usted: “Creo que es en las familias numerosas donde los niños se sienten más felices y “triunfan” mejor.

 

Los miembros de esta familia tenían ya una vida de relación muy intensa los unos con los otros y el ambiente no era demasiado tenso, por eso llegaron a ser lo que son. No sé por qué esta corresponsal tuvo que dar un salto: los chicos a que me refiero son aquellos a quienes los padres empujan para que tengan éxito en clase, sin interesarse en el enriquecimiento de sus hijos, que es un proceso que se desarrolla día a día; lo único que los mueve es el miedo o la ambición por el futuro de sus hijos. Eso es lo terrible: esos niños son empujados a cultivar las disciplinas escolares por padres que no se sienten realmente interesados por ellas, que lo hacen sólo para que “después” el hijo sea feliz. Se sacrifica toda la niñez con estas palabras “Prepárate para el futuro”. Y durante ese tiempo el niño se aburre y nada de lo que estudia le interesa a él ni interesa a sus padres. Estos quieren buenas notas, el éxito estrictamente escolar, pero no quieren entrar en las disciplinas, en las letras, en las ciencias, en la geografía que el niño aprende en la escuela para compartir con él el descubrimiento y el dominio de tales disciplinas en la vida corriente ¿Aportan los estudios la alegría de aprender? ¿Responden los estudios al deseo de saber? ¿O bien las buenas notas, el éxito en los exámenes y los diplomas son el precio de un masoquismo inculcado como virtud?

 

Tenemos aquí la carta de una madre cuyo hijo mayor, de doce años, acaba de romperse la muñeca derecha. Tendrá que llevarla enyesada durante cuarenta y cinco días y, como se vale de la mano derecha, no puede escribir. La madre considera que esta situación es una pequeña catástrofe: el chico acaba de ingresar en sexto grado, cuando cuatro días después le ocurrió el accidente. Los padres están preocupados por este muchacho “ya normalmente linfático”, escribe la madre, “que ahora se encuentra por completo fuera de la situación escolar, es decir que asiste a ella a causa del brazo enyesado como un espectador. En casa hay que regañarlo para que se ponga a trabajar y haga sus deberes”. Los padres le pidieron que se ejercitara para escribir con la mano izquierda a fin de que no asista a las clases como un espectador durante cuarenta y cinco días. El muchacho no dice que no, pero no hace nada. Y la madre explica un poco más adelante que siempre tuvieron problemas con ese chico, que repitió el curso preparatorio y que parece estar continuamente en las nubes según la expresión de la propia madre. “En la casa sólo le interesan sus gallinas y su perro. No es nada deportivo y ahora durante noventa días está eximido de hacer gimnasia, circunstancia que por lo demás le encanta.”

 

Claro está.

 

También aclara esta señora que nunca tuvo el menor problema con su hijo menor, que siempre aprende con facilidad y rapidez; de ése no tuvo que ocuparse mucho. En el caso del mayor, la madre considera la posibilidad de encontrar un persona que se ocupe de él y le haga “hacer sus deberes”, según la expresión consagrada (expresión que aparece con mucha frecuencia en nuestro correo). El año pasado, hacía los deberes en casa de una vecina (que desgraciadamente acaba de mudarse) y el año escolar terminó bien. En realidad, esta señora no sabe cómo proceder. Por su parte el hijo reprocha a los padres que no le dediquen más tiempo.

 

En suma, esta señora se pregunta de todas maneras cómo dominar la indolencia del hijo “¿Deberé consultar a un psicólogo?”

 

            Pues no sé. Pero creo que no se puede obligar a un niño a escribir y trabajar cuando tiene el espíritu ocupado con otra cosa. Hay sólo una manera de interesar a un niño por sus estudios y es el de que los padres mismos se interesen por las disciplinas escolares de su programa de estudios. Ahora este chico tiene una rara oportunidad de ser espectador en la escuela y creo que los padres deberían aprovechar esta circunstancia en lugar de lamentarse de ella. Ir a la escuela sin tener necesidad de actuar en ella le permitirá escuchar y observar a sus camaradas. Tal vez podría ir a la casa de un compañero que le sea simpático para ayudarlo a hacer los deberes o a discutir con él lo que convendría escribir sin tener que hacer él mismo deberes. Creo que sería una experiencia interesante para el niño.

 

Como los padres no disponen de tiempo suficiente para dedicar a su hijo, y él sufre por eso, necesitarían que una persona lo ayude y será importante que esa persona sea alegre y simpática.

 

Ha de saber usted que la madre está muy ocupada en el garage de su marido y que después del nacimiento del hermano menor, el chico en cuestión ya no recibió cuidados maternales.

 

Creo que se recuperará, sobre todo si quiere que a sus gallinas y a su perro. Sería interesante que pudiera mirar en la televisión todos esos filmes que se hacen sobre los animales, pues son realmente apasionantes. Puesto que por el momento no puede hacer trabajos escritos que se instruya en la televisión. Éste es un medio muy bueno para niños, un poco pasivos, que tienen dificultades en aprender y en redactar sus deberes, etc.

 

Sobre todo que la madre no lo censure ni lo sacuda; eso no sirve absolutamente para nada. En cambio si le interesan los estudios de sus hijo, que mire los libros que éste debe leer y las lecciones que deba aprender. Podría leérselas en voz alta y discutirlas con el hijo.

 

Si la entiendo a usted bien, su conclusión es la de que no se puede cambiar a un niño; si es linfático no será estándoles encima continuamente como…

 

No es esa la cuestión. La madre escribe: “¿Tendré que consultar con un psicólogo?” ¡Pero ante todo hay que saber si el hijo se siente infeliz por su estado! Tengo la impresión de que en este momento son los padres los que sufren y que él mismo no sufre nada.

 

Habría otras soluciones: El maestro principal podría darle lecciones una vez por semana y lo mismo podría hacer también el segundo maestro principal, podría hacer también el segundo maestro principal, pues en ese grado habrá probablemente por lo menos dos. Cuando esté curado se lo podría colocar como medio pupilo o pupilo en uno de esos colegios en los que se recuperan clases atrasadas (esos colegios ayudan mucho a los niños que están en ese edad difícil, en la cual todavía tienen necesidad de que alguien se ocupe de la organización de su trabajo). De esta manera sufrirá menos por el hecho de que sus padres, muy atareados, no puedan ocuparse directamente de él y también sufrirá menos del hecho de que se lo compare con su hermano menor, sobre todo, si es alumno pupilo y él desea serlo.

 

            ¿Hay que preguntárselo?

 

¡Pero naturalmente! Y también habría que consultarlo en la cuestión de ir a ver un psicólogo. No habría que decirle: “Si tú quieres”, sino decirle “Si tu estado actual te hace sufrir y quieres que te ayuden a cambiar”. Porque si en ese momento, el chico todavía no quiere cambiar, ver a un psicólogo no servirá para nada. En cambio la madre misma puede ver a alguno, puesto que sufre. Creo que el problema está allí. En cuanto al niño, creo que es muy capaz de decir lo que desea.

 

Esta otra madre tiene tres hijos: un varón de doce años y dos niñas de once años y nueve años y medio. Le hace a usted una pintura de la familia: el padre está físicamente presente, pero no parece darse cuenta de la presencia de sus hijos sino cuando estos lo molestan. Las relaciones son difíciles sobre todos entre el padre y el hijo. Hasta ahora, la madre había ayudado siempre a su hijo en el trabajo escolar. Este año el niño está en sexto grado y ella ya no se ocupó más de él. Esta señora escribe: “La consecuencia inmediata: resultados escolares nulos. Por lo demás, mi hijo no se interesa por nada: nunca lee un libro, nunca oye un disco, nunca juega. En cambio, siempre está dispuesto a prestar un servicio, es amable, encantador y le gusta frecuentar los scouts marinos. Por otro lado, tengo la impresión de que sólo se siente realmente feliz los días que pasa con esos scouts”. La señora esta afligida y preocupada, pues las relaciones familiares van haciéndose muy malas a causa del deficiente trabajo escolar del niño. No quiere apelar al chantaje. “Sin embargo lo he hecho”, escribe. “Un día lo amenacé con no dejarlo ir tres semanas con los scouts marinos durante las vacaciones, si su aprovechamiento escolar no mejoraba.” Enviaron al niño a un psicólogo, quien estimó que le faltaba estructura. Según parece, las conversaciones con el psicólogo no interesaron al muchacho. La madre está muy preocupada y se pregunta qué será de su hijo en un mundo en el cual se selecciona cada vez más temprano, aun a partir de quinto grado. Y termina así: “Comprenderá demasiado tarde y luego me hará reproches”.

 

Se trata de un muchacho de doce años, pero recibimos muchas cartas que hablan de adolescentes en términos más o menos parecidos.

 

Todos esos padres están obsesionados por la idea: “¡Se selecciona! ¡Se selecciona!” ¿Y qué? Entre los que no son seleccionados, hay niños que carecen de condiciones escolares pero poseen grandes cualidades (son sociables, generosos, industriosos, deportivos, artistas) y también hay niños que no presentan ninguna cualidad discernible, eso es cierto; son aquellos que todavía no encontraron nada que les interesara en la vida escolar, ni fuera de ella.

 

Esta madre tiene la suerte de que a su hijo le interesen las cosas del mar, la vida social con sus camaradas; también le interesa prestar servicios en la casa y fuera de ella; y todo esto no es poca cosa. Evidentemente, con un padre que no sabe ser padre, la educación resulta muy difícil. Me pregunto si esta madre se ocupa bastante de su marido. Tengo la impresión de que ese hombre vive en su casa con el sentimiento de que está casi de más. Se muestra agresivo con los hijos porque su mujer sólo se ocupa de ellos. En todo caso, a nuestro muchacho le interesa la vida de mar que es mucho más importante para su futuro que la escuela; nada importa que no obtenga buenas notas y hasta que sea nulo desde el punto de vista escolar. Conozco a muchachos que comenzaron siendo grumetes en buques y que ahora gozan de una notable situación porque a los dieciocho, a los diecinueve años, se pusieron a estudiar por su cuenta. Ahora son tenientes o capitanes siendo así que a los diez años apenas sabían leer y escribir…

 

Hay que tener en cuenta que todo trabajo escolar hecho con la madre afemina a un varón y que en el momento de la prepubertad, todo lo que hizo en compañía de la madre pierde completamente su interés, o si se conserva la masculinidad del varón se verá afectada después. En nuestro caso el muchacho se siente atraído por lo que hace con otro muchacho, por el placer de la vida de varones; se siente atraído hacia todo lo que en la sociedad le permite ser un varón sin necesidad de que su madre vaya a ayudarle (como cuando presta servicios, por ejemplo). Por obra de la escolaridad el muchacho ya comienza a divorciarse de la madre…¡tanto mejor!¡Está muy bien! Si el chico flaquea en el plano escolar, la madre no debe preocuparse y menos regañarlo por eso. Podría decirle: “Tal vez fui tonta al educarte yo misma durante tanto tiempo y al ayudarte en tu trabajo escolar, porque, como eres inteligente, de todas maneras habrías salido adelante por tu cuenta aun cuando yo no me hubiera ocupado. Ya no hablaremos más de las actividades escolares. De todas maneras lo importante para ti es la vida al aire libre, realizar esfuerzos físicos durante las vacaciones, el interés que te inspira la vida marina. Veremos lo que puede hacerse lo antes posible sobre esta cuestión de tu interés marítimo”. Lo pasado ya no tiene importancia; ahora la madre debe comprender que lo importante es que su hijo sea feliz, con buenas notas o con malas notas, repitiendo el grado o yendo a una clase lateral; lo importante es el interés que el muchacho manifiesta por la vida al aire libre. Por otro lado, para él no es posible vivir en una casa en donde hay niñas menores que él. Tiene que vivir con muchachos; ¿por qué no con esos scouts? Durante las vacaciones tal vez podría enviárselo tres meses a un barco de pesca que admita grumetes a orillas del mar para que viviera con una familia de pescadores. La madre tiene que buscar absolutamente algo por el estilo. Y luego, durante el año, podría encontrar un colegio en una región marítima e inscribirlo para practicar actividades marinas los miércoles y los domingos. Ya no se ocuparía ella misma de la escolaridad del hijo y éste sería feliz. Acaso de esta manera el marido también sería menos sombrío, pues con el pretexto de la escolaridad, acapara en realidad todos los pensamientos de la madre.

 

Por el momento, me parece que esta señora va descaminada. Otras cartas nos dan ejemplos de varones que pasan por un proceso de regresión, se hacen pasivos, no manifiestan interés por nada, porque la mamá quiere conservarlos para sí, se aflige por cualquier cosa y en definitiva esos niños no viven su propia vida.

 

A veces, en efecto, la religión de los estudios determina verdaderas catástrofes. Sin citar casos precisos, porque siempre es delicado, podemos afirmar que tenemos cartas de madres que cuentan cómo ellas mismas hicieron de su hijo un delincuente -no sé si esto es completamente justo pero es algo horrible decirlo-…y todo partiendo de sentimientos excelentes.

 

¡Así es! Se trata de madres que, por un lado, están sólo preocupadas de que su hijo no quiera esto, no quiera aquello; y por otro lado, apenas el hijo da gusto a la mamá lo atiborran de regalos. Esto ocurre continuamente; se ejercita un chantaje con el castigo o el premio. Continuamente. Y, sin embargo, lo importante es que el niño viva feliz y activo. La escolaridad es un medio, no un fin, una meta. Un buen día el niño descubrirá el gusto que procuran los estudios, y eso será cuando haya encontrado un fin. De todas maneras siempre llega un momento en el que la gente lamenta lo que ha hecho o lo que no ha hecho. Entonces, si algunas madres se dicen: “Me lo reprochará después”, yo les respondo “Deben aceptar ustedes que se les reproche algo en el futuro; por el momento, su hijo desvaría o comete desatinos porque ustedes mismas desempeñan a la vez los papeles del padre, de la madre y hasta del propio hijo al poner sus ambiciones personales en el lugar de las del niño que todavía han de descubrirse. Hay que amar a los hijos tales como son y no querer en lugar de ellos.”