MIMAR A LOS NIETOS NO SIGNIFICA AMARLOS

(hijos y abuelos)

 

 

Aquí está la carta de un padre. Tiene veintiséis años, la mujer veintiocho y son padres de dos niñas de tres años y dos meses y medio. Estas niñas tienen dos abuelas, los dos abuelos y dos bisabuelas. La cuestión es ésta: la hija mayor es el objeto de cuidados demasiado atentos, especialmente por parte de la abuela y de la bisabuela paternas. La abuela, que siempre había soñado con tener una hija, se deja “embobar” completamente por la pequeña, a la que mete en su cama por la noche. La bisabuela, que nunca había sido “maternal” antes, quiere ahora dormir siempre con la pequeña. La lleva ella misma al cuarto de baño, le cuenta montones de historias de agresión, etc…El padre atribuye esto a problemas sexuales no resueltos…

 

Con toda seguridad.

 

Hasta ahora, estos padres resistieron a todas las presiones familiares, acrecentadas por el nacimiento del otro bebé, momento en que las dos mujeres maduras prácticamente se desgarraron al disputarse la ganga de poder al fin tener a la pequeña de tres años. Los padres se negaron a dársela.

 

Han hecho muy bien.

 

La cuestión está en que ahora también la niña experimenta placer en esas relaciones, reclama la presencia de la abuela o de la bisabuela y quisiera ir a dormir a casa de ellas. Las dos mujeres se quejan de la oposición de la mamá.

 

En primer lugar, que los niños duerman con los abuelos es algo que debe excluirse absolutamente. No hay que dejar que esta pequeña duerma en casa de su abuela o de su bisabuela que se comportan de este modo; y hay que explicarle a la niña que es el padre quien lo prohibe, puesto que, según esta carta, las abuelas dicen siempre que es la “mamá” la que se opone a que metan a la niña en su cama, a que la “laman”, a que tengan ciertas promiscuidades corporales, etc., etc.¡Pero son unos bebés estas mujeres! ¿No hay nada prohibido para ellas? Acaso piensen que cuando eran pequeñas era su mamá la que no quería. No sé. Sea lo que fuere, cuando esta niña pida ir a dormir a la casa de las ancianas, que el padre le responda: “No quiero que vayas más a la casa de la abuelita porque haciendo lo que ella hace (el padre lo sabe puesto que la niña cuenta todo lo que pasa), te hace vivir como si fueras una muñeca y ella se comporta como si tuviera tres años. No quiero que estés con personas que creen que eres un bebé y que juegan a ser niñas de tres años”. Al padre le corresponde la responsabilidad de la negativa. Y si la pequeña cuenta algún día a las abuelas lo que le dijo el padre y si ellas se lo reprochan al hijo y nieto, el padre de la niña dirá: “Es cierto. Os comportáis con ella como si fuerais bebés. Le hacéis daño; eso no es amar a una niña”. Así mismo. Y para obrar de esta manera es menester que el padre sienta bastante afecto por su hija, por su madre, por su abuela y su suegra. En la carta de este padre no se ve que sea contrario a estas personas como tales; lo que se desprende de ella es que el hombre está turbado al comprobar esta perversión de personas ancianas.

 

También dice lo siguiente: “Todo esta sometido a un chantaje afectivo; cada reacción de la chica es interpretado en estos términos: “No quieres más a abuelita”, “Quieres a abuelita”, “No te quiero más”, etc. Creo que ésta es una manera de proceder muy difundida pero tal vez no siempre tan exagerada hasta este punto…”

 

Si, pero es completamente perverso criar de esta manera a los niños. “Si haces eso, no te quiero más”; pues bien, si para los niños. “Si haces eso, no te quiero más”; pues bien, si para los niños, ser amados significa ser pervertidos de esta manera, es mucho mejor que no se los ame. Es bueno que el niño lo sepa, y se le puede decir: “Tienes mucha suerte de que tu abuela no te quiera más, porque cuando te quiere es como si te detestara: te hace vivir como un bebé en lugar de ayudarte a que te conviertas en una persona grande”.

 

Consideremos la última parte de la carta: como este matrimonio va a mudarse debe dejar algunos días a la niña en manos de alguien que la cuide, y la pequeña, que está al corriente, pide que la dejen en casa de su abuela y de su bisabuela.

 

Será mejor que la dejen en casa de una cuidadora que tenga ya dos o tres hijos y que le paguen si no pueden arreglar las cosas de otra manera; pero que no la envíen a casa de semejantes abuelas. Es la nueva ganga.

 

Muy bien. Que se mantengan firmes entonces.

 

Si, a los tres años un niño es demasiado sensible para correr riesgos como esos. Más adelante, se lo agradecerá a sus padres. Felizmente no todas las abuelas son como ésas. Muchas enseñan a sus nietos a cantar, otras les hacen conocer juegos inteligentes o les cuentan historias interesantes; y son muy castas en su comportamiento con los nietos, pues les hacen respetar su propio cuerpo y ellas respetan el suyo frente a los nietos. Esta es una carta impresionante pues en ella vemos de qué manera puede pervertirse a los niños.

 

(Algunas semanas después)

 

Después de comentar esa carta, se produjeron muchas reacciones de protesta de parte de los abuelos. Aquí tenemos una que los resume bastante bien a todas. Pero antes, precisemos bien que Ud. no está en contra de las abuelas, ¿no es así?

 

Por supuesto. Por el contrario, hasta he escrito artículos en diarios destinados a personas de la tercera edad para señalar cuán importante es para los pequeños frecuentar la generación de los abuelos y los bisabuelos.

 

Una abuela escribe pues, lo siguiente: “En efecto suele ocurrir que mis nietos, cuando vienen a saludarme, se deslicen dentro de mi cama, me pidan que les cante canciones o les cuente una historia, trepen a mis rodillas para abrazarme, para hacerse “lamer”, como usted dice. Le aseguro que con todo eso no me siento en modo alguno una abuela viciosa. ¿Conoció usted a sus abuelos? En cuanto a mí, debo mis mejores recuerdos de la niñez a la ternura y a la bondad de una abuelita junto a la cual me refugiaba cuando mi madre, que se había quedado viuda joven y debía trabajar para criarnos, estaba ocupada. Estoy persuadida de que muchas abuelas habrán reaccionado como yo y se habrán afligido por sus palabras, pues seguramente cuando miman a sus nietos nunca tuvieron los sentimientos que usted les atribuye”.

 

De todas maneras, algo hay que objetar a eso, porque “mimar” a sus nietos no significa amarlos.

 

Por mi parte conocí no sólo a mis dos abuelas sino también a una de mis bisabuelas. Recuerdo que fue en casa de esas abuelas –formábamos una familia numerosa- donde aprendimos infinidad de juegos de salón, que ellas nunca se cansaban de jugar con cada uno de nosotros, de cantarnos canciones, de sentarse al piano para enseñarnos tonadas que luego podríamos repetir a nuestros padres; recuerdo que nos mostraban fotografías de otros tiempos y nos explicaban cómo eran las cosas cuando ellas eran pequeñas. La que se había casado en 1860 nos había contado su casamiento. Todo eso era apasionante. Debo decir que, si nos daban caramelos y otras fruslerías, si participaban en nuestras ocupaciones, no nos mimaban ni malcriaban y yo les estoy muy agradecida por haberlo hecho…y por habernos llenado antes bien el espíritu con historias sobre la familia, sobre la manera en que la gente vivía y vestía antaño, por habernos enseñado cómo se había modificado el valor del dinero, etc., y sobre todo por habernos leído tantos libros apasionantes, habernos enseñado todos esos juegos de salón en los que ellas mismas intervenían, haciendo a veces trampas para ganar…lo mismo que nosotros; y ellas reían de buena gana cuando también nosotros hacíamos trampas; también les estoy agradecida por habernos enseñado, ya a los cuatro años, la historia de Francia en viejos libros con grabados…y luego todos esos proverbios…

 

Vuelvo a decirlo: mimar a las nietas y llevárselas a la cama no es conveniente. Si las chicas lo piden se le dirá: “No, no. Juguemos más bien a algún juego”. Se les puede enseñar a tejer, a coser, a vestir a las muñecas, a hacer tartas, a que lleguen a dar término a cualquier cosa que hagan (con un poco de ayuda), eso es educar a un niño, y no cubrirlo de mimos, malcriarlo como un bebé o un osito; hay que iniciarlo en la vida práctica, interesar su inteligencia y formarla, guardar los secretos que el niño nos confía. El amor no es seducción ni chantaje; consiste en brindar el corazón y el tiempo a un niño. ¿Quiénes sino los abuelos amantes pueden tener tal paciencia? No, no. Nada tengo contra las abuelas ni las bisabuelas, como tampoco nada tengo contra los abuelos y bisabuelos.

 

No quisiera yo echar aceite al fuego, pero como estamos hablando de relaciones de los niños con sus abuelos, considere usted esta carta, que es de una madre: “Por favor, ayúdeme usted a negarle a mi madre que lleve a mis hijos a su casa durante las vacaciones”. Esta señora tiene un varón de once años y dos hijas de diez y cinco años. En realidad, el problema se plantea y vuelve a plantearse en las vacaciones. “Mamá quiere que los niños pasen las vacaciones en su casa. Como es viuda, ahora vive en una casa de dos habitaciones, cómoda pero demasiado pequeña, desde luego, para recibir al mismo tiempo a hijos y nietos. Cuando la vistamos, mi marido y yo dormimos en la sala y ella y los chicos en la habitación de mamá. Esto ocurrió así durante muchos años. Resulta difícil oponerse a la solución tan sencilla de hacer dormir a uno de los niños con la abuela en su cama”. De manera que la pequeña duerme con la abuela. “Entonces, gran felicidad para las dos. Apenas se despierta, la pequeña monopoliza prácticamente a su abuela que entra en el juego: “Buenos días, señora, ¿cómo está su hijo?”, etc. Las dos se encierran en el dormitorio para jugar, cuando nosotros estamos allí…Debo decir que mi madre viene regularmente varias veces por año a casa para permitirnos salir de viaje. Entonces nos presta servicios apreciables, a pesar de algunos inconvenientes que consisten en que no sabe decir que no a los pequeños, que procura no contrariarlos para estar siempre de acuerdo con ellos y para no tener que oponer otra palabra a la de los nietos. Así se pasan mirando televisión todas las noches, cualquiera que sea el programa; las comidas se componen prácticamente sólo de postres, etc. Mamá es muy feliz con sus nietos y quisiera tenerlos con ella, en su casa, sin los padres, de vez en cuando”.

 

Esta señora precisa más adelante que cuando los hijos iban solos a la casa de al abuela, hace unos años, la abuela invitaba también a las primas (que tienen dieciséis, trece, doce y nueve años). El hijo era a menudo el único varón en medio de todas esas chicas. Hace varios años, suprimió esta clase de vacaciones, por lo menos en lo tocante al varón, “y con gran beneficio para éste”. Le pide a usted que la ayuda a decir no a su madre. Pues es difícil de explicar.

 

En efecto. Lo que no comprendo es por qué no tienen una cama plegadiza o un colchón con una bolsa de dormir para evitar que la pequeña de cinco años se meta en la cama de la abuela. No es nada difícil tener una cama auxiliar para la pequeña, que no ocupe mucho lugar y que se podría poner debajo de la cama de la abuela cuando los niños no están en la casa. Lo mismo que en el caso de que acabamos de hablar, la niña tiene aquí por modelo a una mujer que vive como una criatura de cinco años. Es precisamente lo opuesto de aquellas abuelas de que antes hablé y que enseñan a los nietos muchas cosas que les permiten socializarse, que les dan normas de vida y que, sobre todo, mantiene con ellos conversaciones interesantes. Es evidente que la televisión, si se mira cualquier programa, es muy perjudicial para los niños. ¡La casa de esa señora parece un circo! ¡Y esos postres! Pero son sólo un detalle. Lo que es realmente malo es la manera de dormir.

 

En cuanto a las vacaciones, la madre tenía razón: un varón en medio de cinco o seis chicas…No es bueno para él. Tampoco es bueno mezclar en un apartamento pequeño a jóvenes de dieciséis años con niños de cinco.

 

Bien comprendo que es muy difícil rehusarse a enviar a los hijos a la casa de una abuela que presta servicios. Pero tengo la impresión de que esta señora, después de haber quedado viuda, ha sufrido una verdadera regresión. Acaso su hija podría buscarle otras mujeres de su edad, relaciones que le permitieran continuar mentalmente en actividad en el seno de la vida social.

 

Pero ¿cómo explicar a una niña, que tomó la costumbre de acostarse en la cama de su abuela cuando va a visitarla, que de la noche a la mañana, eso ha terminado? Probablemente habrá algún disgusto.

 

¡De todas maneras esa práctica no va a durar hasta que la chica tenga veinticinco años! Basta con decir a esta pequeña: “Oye, ahora eres demasiado grande. No eres el marido de tu abuela. No quiero que te acuestes con ella…” Así, sencillamente.

 

Pero volvamos a la abuela porque en este caso es lo principal. Está en un proceso de involución. No está integrada en la vida social y creo que se aburre. Ahora bien, en la actualidad hay muchas actividades para las personas de la tercera edad. Quizás esta señora que nos escribe podría encontrar un amigo o una amiga de su madre que se ocupe de ella. Es posible que esta señora no haya vivido antes una vida expansiva y propia. Quizá vivió a la sombra de un hombre junto al cual no puedo desarrollar una vida autónoma de persona adulta. Privada de ese apoyo, no pudo continuar su vida de adulta, como pueden continuarla ahora hasta los setenta y setenta y cinco años muchas personas que viven en la sociedad de gente de su edad, que continúan realizando actividades intelectuales y lúdicas, que se reúnen, que hacen paseos y que por las tardes se encuentran para hacer trabajos y prestar servicios. No sé. A esta mujer le falta una vida activa y cívica con gente de su edad. Quizás actuando en esta dirección, la hija podría ayudarla mejor que separándola de la compañía de los niños.