NO SÓLO CON LOS PADRES SINO CON MUCHOS OTROS

(La lectura, la televisión)

 

 

 

Tiene uno la impresión de que muchos padres están decepcionados con sus hijos porque estos no son exactamente lo que habían deseado o soñado que fuesen

 

¡Ah, si!

 

La madre de un chico de trece años les escribe lo siguiente: “No le gusta la lectura, lo cual nos sorprende mucho porque el padre y yo siempre tenemos muchos libros al alcance de la mano. Leemos regularmente, pero nunca pudimos interesar a nuestro hijo en la lectura. Lee historietas de dibujos (ya es mejor que nada) y antes durante mucho tiempo sólo miraba láminas y leía las leyendas únicamente cuando no comprendía los dibujos”. Por ejemplo, cuando tenía seis años le gustaba oír discos que contaban historias, especialmente El principito contado por Gérard Philipe. Cuando aprendió a leer, la madre trató de hacerle leer El principito mientras oía el disco. Pero al cabo de unos minutos el niño perdió todo interés en el libro, lo cerró y no volvió a tocarlo. “En definitiva, aprendió a leer como un loro, sin comprender bien el sentido de las palabras, hasta que un día encontré en una revista para niños un juego que lo divirtió. Entonces hizo esfuerzos para leer como un loro, sin comprender bien el sentido de las palabras, hasta que un día encontré en una revista para niños un juego que lo divirtió. Entonces hizo esfuerzos para leer”. Esta señora nos da aún otros ejemplos y concluye: “Pienso que tal se le desarrolle el gusto por la lectura, como ocurrió con todas las cosas: a los catorce meses le salió el primer diente y un buen día rechazó el biberón y sólo quiso que se lo alimentara con cuchara. Le gustan los deportes, las actividades manuales, la música. En el liceo sigue cursos musicales y lee a primera vista en el órgano. Lo escuchamos, pues siempre dialogamos. Pero es una lástima que no le interese la lectura, pues a nosotros no gustaría que apreciara todo lo que hay en los libros y que a nosotros tanto nos gusta. La lectura lo ayudaría también en su trabajo escolar”.

 

Entonces tenía usted razón: estos son padres que no tiene el hijo con el que habían soñado. Tienen un hijo que, en realidad, es diferente de ellos. Y tal vez sea diferente de ellos precisamente porque cuando los ve absortos en los libros se siente ausente de las preocupaciones de los padres. La única manera de hacer apreciar la lectura a un niño es leerle relatos en voz alta, durante mucho tiempo. No hay otro medio.

 

Sin embargo cuando era pequeño…

 

Sí, muy bien, pero se trataba de discos, de la televisión, de la radio, de audiovisuales. Cuando le contaban un cuento le gustaba, pero a los chicos les gusta aun más que el padre o la madre les lea. Y como a estas personas les gusta leer y el hijo tiene trece años- a los trece años uno es absolutamente como un adulto en lo tocante a la lectura-, pueden leerle en voz alta todo lo que ellos leen; si el chico se aburre, se marchará; si no se aburre, escuchará y aprenderá de sus padres. Es un muchacho muy activo. Debo decir que en el caso de los varones, el hecho de leer a edad temprana representa muy a menudo una evasión de la realidad. A los padres les encanta que el hijo lea mucho; pero eso es malo. En la actualidad no sólo existen ocupaciones como aquellas a las que se entrega el muchacho (actividades manuales, físicas, deportivas, etc.), sino que también está la televisión y la radio. Vivimos en otra época. Aun cuando esta señora y su marido eran jóvenes, había seguramente muchos de su edad que se evadían de la realidad y los contactos personales, del deporte y del trabajo manual con el pretexto de abismarse en un mundo imaginario, que era entonces el mundo de la lectura. El hijo de esta corresponsal es un muchacho que tiene necesidad de la vida real y por eso lo felicito. La edad conveniente para gustar de la lectura es alrededor de los dieciséis años, cuando uno tiene tiempo y se aburre un poco porque no mantiene bastantes contactos humanos. Pero la verdadera edad para leer de una manera que aporte realmente algo positivo, es todavía más tarde, alrededor de los dieciocho o diecinueve años, porque entonces ya tiene uno experiencia de la realidad y del mundo al que los libros hacen alusión. De otra manera, se trata de una experiencia falsa, sólo verbal; una experiencia que no se puede relacionar con la vida, que no desempeña su función de enriquecer lo que uno ya conoció y experimentó agregando lo que no vio y lo que quisiera uno conocer.

 

Al decir usted: “Como tiene trece años, los padres pueden leerle en voz alta todo lo que leen”, me imagino que hará saltar a muchos. Hay fórmulas que son lugares comunes; por ejemplo, se habla siempre de esos libros que no hay que poner en todas las manos…

 

¡Por supuesto! Pero no creo que sea de esos libros que hablan los padres.

 

Quiero decir que se considera que ciertos temas no son convenientes…

 

Pues no es cierto. Cuando los libros están bien escritos cualquiera que sea su tema –no hablo de los libros pornográficos o eróticos, por supuesto; hablo de novelas, de ensayos, de libros, de documentación-, son interesantes a partir de la edad, digamos, de diez u once años, si los padres hacen participar a sus hijos de sus propias lecturas. Pueden decir: “Ves, ese capítulo contiene esta media página que es extraordinaria. Me pareció extraordinaria. Te la leeré”, y entonces los chicos pueden discutir con los padres. Y es así como comienzan a aficionarse por un autor. Porque un libro no tiene sentido si uno no se pone en contacto con el autor que lo escribió. Sin ese contacto los niños no comprenden un libro: un libro es papel, una cosa. Se convierte en algo vivo cuando los padres lo han hecho vivo. Por lo demás, la prueba de lo que digo está en que a ese niño le gustaba El principito, aun a través de una voz que no le era familiar; pero que daba vida al tema. Es seguro que si uno lee lo hace para tener la historia en la oreja y en el espíritu. Si alguien aporta esa historia, uno se siente contento. Si estos padres quieren abrir el espíritu del hijo, deben proceder como lo dejo dicho y no imponerte una lectura solitaria que para el muchacho es un fastidio.

 

Ya que hablamos del despertar del espíritu, hagamos notar que es éste un tema que todavía no hemos tratado aquí y que interesa a muchos padres: ¿Deben los niños mirar televisión? ¿Qué aporta la televisión a los niños? ¿De qué los priva? ¿Es conveniente para ellos? ¿Es malo?

 

En efecto, éste es el problema de muchas familias, sobre todo porque una familia es algo en que viven juntas personas de edades diferentes y que por lo tanto no tienen todas ni las mismas motivaciones ni los mismo intereses. Esto es lo complicado.

 

Una madre declara sin ambages que es hostil a la televisión: “Soy contraria a la televisión porque atrae a la gente como un imán; las personas quedan prisioneras de la televisión, que mata las conversaciones, que es una trampa para los niños, que les cansa los ojos. Y además la televisión mata la vida de familia. En casa tenemos televisión, pero no permito que mis hijos la miren”. Esta señora compara la televisión con una especie de droga de la que la familia ya no puede librarse.

 

¿Qué edad tienen los hijos?

 

Siete años y dos años y medio; la corresponsal no precisa si son varones o niñas. Escribe: “Son muy brillantes en la escuela…”

 

¡Pero vamos! ¡Siete años!¡Dos años y medio!¡Brillantes en la escuela!

 

Si, tal vez generalizaba con cierta prisa. Continúo la lectura de la carta: “Son muy brillantes. Por lo demás, pienso que lo son porque no miran televisión. En casa hacemos otras cosas con nuestros hijos. Organizamos juegos, leemos, hacemos música, paseos, tenemos discusiones”. Esta señora agrega, sin embargo, que el marido no está completamente de acuerdo con ella y que le reprocha no vivir de conformidad con el tiempo. En realidad, le pregunta a usted quien de los dos tiene razón y quien se equivoca y le pide sobre todo que no vacile Ud. en decírselo, si ella está equivocada.

 

Es absolutamente imposible decidir en esta cuestión. Hay que admitir que esta carta es un poco sorprendente, porque la madre habla de su hijo de siete años de la misma manera en que habla del hijo de dos años y medio ¿Cómo un chico de dos años y medio puede tener discusiones? Parece que la madre se refiere mucho más al mayor, con el que mantiene una relación muy íntima, lo cual tal vez al marido le moleste un poco, ya que a causa de ese niño se ve privado de la televisión.

 

Por lo demás, debo agregar que puede obtenerse un buen provecho de la televisión en el caso de niños pequeños; a los dos años y medio las historias que se presentan en la televisión ocupan mucho la imaginación de los niños. Para ellos es ya un aspecto social que les da un medio para hablar de otras cosas que nada tienen que ver con la familia cuando se encuentran con otros compañeritos en la plaza o en el jardín de infantes. A priori no soy contraria de la televisión. Estoy contra la droga, es decir, contra la monotonía y la falta de un criterio selectivo en las emisiones. Prohibir en todos los casos la televisión en una casa, creo, es adoptar una actitud retrógrada en la educación de los niños de nuestra época.

 

Además, las transmisiones de los miércoles -que miro cuando tengo tiempo- son notables. Enseñan a los niños muchas cosas que no necesitan ser comunicadas mediante las palabras de los padres, puesto que quienes hablan saben enseñar. Se trata de historias de animales o de geografía viva…Hay también dibujos animados. Tal vez a esta señora no le gusten los dibujos animados pero hay algunos que son muy bonitos y desgraciadamente también hay otros que son tontos…

 

Sea ello lo que fuere, ¿qué ocurre en realidad? Esos chicos irán a casa de compañeros de la escuela que ven televisión y pensarán que su madre está retrasada. Y eso sería una lástima. Creo que lo que debe hacer esa señora es seguir los programas y elegir. Podrá decir: “Mira, esta noche habrá algo realmente interesante; si quieres –y los niños no están obligados a mirar aquel programa porque mamá dijo que era bueno- lo veremos”. Lo mismo en el caso del pequeño; que la madre mire un día sola las transmisiones destinadas a los pequeñuelos para darse cuenta de lo que la televisión hace por ellos.

 

En suma, el marido no está del todo equivocado, ¿no?

 

En última instancia, tampoco él tiene la posibilidad de mirar televisión para evitar que los niños tengan un régimen aparte.

 

Lo cierto es que no creo conveniente que los padres estén únicamente concentrados en la educación y el despertar del espíritu de sus hijos. Siempre eso y nada más que eso. Pero, ¿y ellos mismos entonces?

 

Esta carta contiene una segunda cuestión. Acaba usted de decir que el desarrollo educativo de los hijos no es el único que cuenta y que hay tiempo para todo. Y precisamente el problema del despertar del espíritu de sus hijos parece preocupar a esta señora que le pregunta a usted. “Cuando advierte uno que sus hijos son inteligentes, que asimilan con rapidez, ¿es bueno o malo urgirlos a estudiar, mostrarles el alcance de los estudios, hacerles comprender que el trabajo es un tesoro? ¿Cómo conducirse? ¿Tengo razón o es mejor dejarles que vivan su niñez?”

 

¡Tengo la impresión de que esta señora ya lo sabe: Cuando escribe “que vivan su niñez”, yo le respondo: “Por supuesto”. De otra manera, los hijos son como una parte de la madre. Es menester que los padres sepan que todo lo que los hijos adquirieron, experimentaron, vivieron con sólo el padre y la madre o sólo para complacer a los padres debe caer, como hojas muertas, en el momento de la pubertad. El adolescente sólo retiene de su niñez lo que ha sido integrado, no con sus padres solamente sino con muchas otras personas al mismo tiempo. Esto es muy importante.

 

Ahora, ¿qué quiere decir eso de urgirlos? En todo caso, puedo asegurar que es muy malo para un niño saltar un grado. Vale más que no vaya al jardín de infantes y que entre directamente –si ya sabe leer y escribir, desde luego-a los cinco años y medio o a los seis años en el primer grado o en el segundo curso preparatorio. Pero, a partir del momento en que entró en la escuela, no debe saltar grados. He visto muchos accidentes de niños que habían saltado un grado para complacer a sus padres: luego se encontraban aplazados. Si el niño puede aprender a leer, escribir y a contar con la madre y el padre, muy bien, y hasta es mejor que si lo hace en la escuela, con la condición de que tenga otras posibilidades de frecuentar a niños a partir de ese momento para participar en juegos o en actividades de taller.

 

Al oírla hablar tengo la impresión de que a usted no le gusta la gente que quiere urgir a sus hijos…

 

Es que eso me parece peligroso.

 

…y que tiene tendencia a descubrir a un pequeño superdotado en la familia.

 

Los niños son todos inteligentes. La inteligencia escolar no es casi nada al lado de la inteligencia general. La inteligencia significa dar un sentido a todo en la vida; no es sólo la inteligencia de la escuela. Y se despierta mediante el trabajo de los músculos, el trabajo del cuerpo y la habilidad de las manos. También está la memoria que forma parte de esa inteligencia; hay que hacer trabajar la memoria con poesías, con cuentos que el niño sepa narrar, con una transmisión de televisión para que el chico retenga lo que se ha dicho; esas cosas para que el chico retenga lo que se ha dicho; esas cosas desarrollan la inteligencia; es preciso relacionar todo lo que se ve y no reducirlo todo a términos escolares. Quisiera  que lo padres comprendiesen que es necesario desarrollar la inteligencia y la sensibilidad ante la vida por todos los medios de que dispone el cuerpo para expresarse.

 

Con frecuencia, cuando lo padres empujan demasiado a su hijos advierten que estos tienen reacciones de rechazo…

 

Eso es.

 

…para con la escuela, porque han ponderado demasiado sus méritos en la casa.

 

Por otro lado, los niños precoces, esos que, por ejemplo, llegan adelantados a los exámenes finales, entran en la pubertad abarrotados de conocimientos escolares. Y cuando, en la edad de ser estudiantes, deben vivir la vida del cuerpo –que todavía no conocieron suficientemente-, desarrollar su sensibilidad frente a los demás (a las muchachas o a los muchachos), su sensibilidad artística, se registra una caída: esos muchachos ya no tienen interés por los estudios, lo cual es una lástima, en chicos que habían sido tan promisorios, ¿no es cierto? Nosotros, los franceses, debemos reaccionar contra esa cantarela, si puedo decirlo así. Se ha asignado exagerada importancia a la escolaridad, creyendo que era lo esencial para desarrollar la inteligencia del niño: “Mi hijo está en quinto grado ¡A su edad, es maravilloso!”. Tal vez, en efecto. Hay naturalezas que se abren muy pronto a muchas cosas, pero ésa no es una razón para empujarlas exclusivamente a la vida escolar. La probidad de carácter, el amor por la naturaleza y su observación, las plantas, los animales, la alegría de vivir, la inventiva industriosa, la destreza manual y corporal, la afectividad, la experiencia psicológica de los demás y de la vida colectiva, la aceptación de la diferencia de los otros, la aptitud para hacer amigos y conservarlos, el conocimiento de la historia de su propia familia, de su ciudad, de su región, de su país, el despertar de la sensibilidad al arte, a las manifestaciones culturales, la afición por los deportes, el sentido de la propia responsabilidad, la curiosidad por todo y la libertad de satisfacerla, todas estas son cualidades que a menudo no se desarrollan cuando el éxito escolar es el único valor por el cual los padres aprecian a su hijo.

 

Un niño personalmente motivado por algo –por cualquier cosa- es un niño vivo; si para superar sus fracasos y sus decepciones escolares o sentimentales se ve apoyado por el afecto de los padres y la confianza que estos saben darle en un ambiente de distensión, ese niño tienen la promesa de un futuro éxito.

 

Agrego que antes de alegrarse por tener un hijo “adelantado” en los estudios, habría que interrogarse no sólo sobre su capacidad de asimilar conocimientos, sino también sobre los compañeros que puede buscar en ese estadio de su desarrollo y por quiénes puede ser acogido como un igual. Son dos imperativos que hay modular. Estar adelantado pone al chico en peligro de segregarse, si es físicamente y luego sexualmente inmaduro respecto de los demás. Y es hasta un obstáculo para el desarrollo del carácter encontrarse más adelantado que los compañeros de clase. Es pues inteligente evitar que un niño brillante se “adelante” en los estudios antes de haber cumplido los quince años.