Para padrastros

1955

 

 

El 3 de enero de 1955, en el programa de la BBC titulado "La hora de la mujer", una madrastra narró de manera muy vívida y conmovedora cómo la había atormentado la imposibilidad de amar a su hijastro, que se sumó al hogar cuando tenía siete años. La BBC recibió una enorme cantidad de cartas luego de este programa, en las que se comentaban experiencias similares o diferentes de padrastros de ambos sexos y, en general, se sugería que el tema era lo bastante importante como para seguir analizándolo. Como consecuencia de ello, la emisora destinó a este fin los espacios de "La hora de la mujer" de los días 6, 7 y 9 de junio de ese año. El primero de estos espacios consistió en una serie de preguntas y respuestas entre un especialista y un padrastro; los dos siguientes fueron las charlas de Winnicott que aquí se reproducen. Se las transcribió de cintas magnetofónicas, agregando la puntuación.

 

I. La madrastra malvada

 

Se dice a veces que si no fuese por los cuentos y leyendas populares, jamás habría surgido la idea de la madrastra malvada. Personalmente estoy seguro de que no es así, y de que es más correcto decir que ningún cuento popular o, lo que es lo mismo para este caso, ninguna historieta horripilante puede ejercer un atractivo universal si no se ocupa de algo que es inherente a todo individuo, niño o adulto. Lo que hace el cuento es apoyarse en algo que es verdadero, temible e inaceptable. Sí, las tres cosas: verdadero, temible e inaceptable. De todo lo inaceptable que hay en la naturaleza humana, es muy poco lo que cristaliza en mitos aceptados. La cuestión es: ¿qué es lo que ha cristalizado en el mito de la madrastra? Sea lo que fuere, tiene que ver con el odio y el temor, así como con el amor.

 

Cada individuo tiene gran dificultad para reunir la agresividad que existe en la naturaleza humana y mezclarla con el amor. Hasta cierto punto, esta dificultad se supera en la primera infancia por el hecho de que se percibe el mundo en forma extrema, como amistoso u hostil, bueno o malo, negro o blanco; lo malo es temido y odiado, lo bueno es totalmente aceptado. Poco a poco los bebés y los niños dejan atrás esto y alcanzan la etapa en la que son capaces de tolerar sus ideas destructivas junto a sus impulsos amorosos. Entonces, si bien sienten culpa, saben que pueden hacer cosas a modo de compensación. Si la madre es capaz de esperar, llegará el momento para un gesto de amor genuino y espontáneo. El alivio que normalmente brinda en las primerísimas etapas la idea de estos extremos de lo bueno y lo malo es algo a lo que ni siquiera el adulto maduro puede renunciar por entero. En los niños, en particular en los más pequeños, fácilmente damos por descontada cierta persistencia de esta reliquia de la primera infancia y sabemos que tendremos pronta acogida cuando les leamos o les contemos un relato en el que se presentan esos extremos de lo bueno y lo malo.

 

Habitualmente la madre real y la madrastra son asociadas en la imaginación con estos dos extremos, especialmente a raíz de otra circunstancia que quiero comentarles, y que es la siguiente: hay todo tipo de razones para que los niños odien a sus madres. Esta idea del odio a la madre es muy difícil de aceptar para todos, y a algunos de los que me escuchan tal vez no les guste oír en una misma oración la palabra odio junto a la palabra madre. Pero no hay remedio: las madres, si hacen bien su tarea, son las representantes del mundo duro y exigente, son ellas las que gradualmente introducen la realidad, que tan a menudo es enemiga del impulso.

 

Se tiene rabia a la madre y, en algún lugar, se le tiene odio, aunque no exista absolutamente ninguna duda sobre el amor que se le tiene, mezclado con adoración. Si hubo dos madres, una madre real que murió y una madrastra, se darán cuenta ustedes fácilmente qué alivio puede obtener un niño frente a sus tensiones convirtiéndola en perfecta a una y en horrorosa a la otra. Y esto es casi tan válido para las expectativas del mundo como para las creencias del niño.

 

Por sobre todas las cosas, a la larga un niño llega a ver o a sentir que la devoción de la madre en una primerísima etapa estableció las condiciones esenciales que le permitieron empezar, empezar a existir como persona, dotada de derechos personales, de impulsos personales y de una técnica personal para vivir. En otros términos, al comienzo la dependencia fue absoluta, y a medida que el niño se da cuenta de esto, se desarrolla en él un temor hacia la madre primigenia dotada de estos poderes mágicos para el bien o el mal. ¡Qué difícil nos resulta a todos ver que este agente primigenio todopoderoso fue nuestra propia madre, alguien a quien si bien hemos llegado a amar, sabemos que no es en modo alguno un ser humano perfecto o perfectamente confiable! ¡Qué precario fue todo! Y además, en el caso de la niña, esta misma madre tan todopoderosa al principio, que representaba enloquecedoramente los duros hechos de la realidad, que se mostraba adorable con nosotros todo el tiempo..., termina interponiéndose entre la hija y el padre. Aquí, en particular, el punto de partida de la madre real y la madrastra no es el mismo, pues la primera confía en que la niña conquiste el amor de su padre, en tanto que la segunda teme que esto suceda. ¿No basta con esto para mostrar que no tenemos que suponer que los niños dejarán súbitamente atrás la tendencia a dividir el mundo en general -y a sus madres en particular- en lo bueno y lo malo, y en cambio debemos prever cierta persistencia de esas ideas infantiles en los adultos?

 

Podemos apelar a argumentos lógicos, podemos decirnos una y otra vez que lo que importa no es que la gente sea blanco o negro, sino que sean seres humanos capaces de amar y dignos de ser amados; pero nos quedan nuestros sueños... ¿y quién desea que le quiten las fantasías? En la fantasía no necesitamos ser todo el tiempo personas maduras, como lo necesitamos para hacer las compras o para tomar el tren que nos lleva a la oficina. En la fantasía, dentro de la madurez adulta está todo lo infantil y lo adolescente. Pero apreciamos los inconvenientes de la fantasía cuando por algún motivo separamos uno u otro de los aspectos desagradables de los mitos del mundo. Tal vez yo mismo haya incurrido en esto al hablar del odio y el temor a la madre, que, según creo, tiene que estar mezclado con el amor en las relaciones madre-hijo plenamente experimentadas. Ustedes pueden pensar que estoy chiflado.

 

II. El valor de la historia desafortunada

 

En el estudio de cualquier problema vinculado a asuntos humanos podemos mantenernos en lo superficial o ir a lo profundo. Si nos mantenemos en lo superficial, evitaremos un montón de cosas desagradables pero también nos privaremos de los valores más profundos. Algunas de las cartas que han llegado luego de la emisión en la que se narró una historia desafortunada han ido, por cierto, más allá de lo obvio. Por ejemplo, se señaló que a un niño que ha perdido a su padre o a su madre no puede tratárselo como si esto no hubiera sucedido, y a menudo es preferible darle al padrastro o a la madrastra otro nombre, de modo tal que el niño siga llamando "mamá" o "papá" al progenitor perdido. Es posible mantener viva la idea del progenitor perdido, y la actitud que posibilita esto tal vez sea de gran ayuda para el niño. También se señaló que el niño adoptado puede sufrir una perturbación; y en este caso especial de un niño que no fue amado, pasó un período con su abuela antes de comenzar a vivir con su madrastra, así que fue deprivado por partida doble y, consecuentemente, es posible que se sienta desesperanzado respecto de las relaciones humanas y la confianza que puede tener en ellas. Un niño casi desesperanzado no puede correr el riesgo de iniciar nuevos vínculos, y se defenderá contra sus sentimientos profundos y contra sus nuevas dependencias.

 

¿Saben que muchísimas madres no aman a sus bebés cuando los dan a luz? Se sienten horriblemente mal, igual que la madrastra. Procuran fingir amor, pero no lo consiguen. ¡Cuánto más sencillo sería para ellas si se les hubiera dicho de antemano que el amor es algo que puede suceder pero no puede ser despertado! Normalmente una madre pronto comienza a amar a su bebé durante el embarazo, pero esta cuestión está ligada a la experiencia y no a las expectativas convencionales. Los padres tienen el mismo problema en ocasiones. Quizás en su caso resulte más aceptable y tengan menos necesidad de fingir, con lo cual su amor puede sobrevenir naturalmente en el momento oportuno. Pero aparte de las madres que no aman a sus bebés, no es raro que algunas los odien. Estoy refiriéndome a mujeres comunes y corrientes, que se las arreglan bien y se ocupan de que alguien actúe en su lugar como corresponde. Sé de muchas madres que vivieron aterrorizadas de descubrir que habían dañado a sus bebés, y que nunca pudieron hablar de su dificultad porque les parecía muy improbable que se las comprendiera. Hay muchas cosas profundas y ocultas en la naturaleza humana, y personalmente preferiría ser hijo de una madre con todos los conflictos internos propios del ser humano, y no de una madre para la cual todo es sencillo y sin tropiezos, que conoce todas las respuestas y es ajena a la duda.

 

La mayoría de los que cuentan sus éxitos pudieron registrar, aquí y allí, un infortunio en algún aspecto, y la historia desafortunada tiene enorme valor en el momento y el lugar apropiados. Por supuesto, otra cosa es que la gente se la pase quejándose y refunfuñando, pero por cierto no es éste el caso de nuestra madrastra, que sufría mucho por no poder amar a su hijastro. Toda vez que una esposa o esposo adopta un hijastro, hay por detrás una larga historia, y esta larga historia establece grandes diferencias. No sólo se trata de sentimientos de culpa por un chico que, por así decir, fue robado; está toda la historia de la elección de un viudo o viuda, o de la salvación de una persona infeliz en su matrimonio. Hay toda una serie de cuestiones importantes que no pueden soslayarse y que afectan los sueños o la imaginación de los padrastros respecto de la nueva relación. En cada caso es posible examinar las cosas y aun hacerlo con buen resultado, pero hablando en general el tema se vuelve de inmediato demasiado amplio como para tratarlo en su totalidad. La madre que se encuentra atendiendo a un niño nacido de otra que, en su imaginación, es su rival, por más que esté muerta, puede verse llevada muy fácilmente por su propia imaginación a asumir el papel de bruja, más bien que el de hada madrina. Tal vez no tenga dificultades, o tal vez, como describen algunas de las personas que nos han escrito, les guste ocupar un segundo puesto respecto de la esposa anterior. Para una mujer, la presencia del hijo de otra puede ser un recordatorio intolerable de la existencia de ésta. Si esto es así y permanece inconsciente, puede deformar el cuadro y tornar imposible el desarrollo natural de los sentimientos que llevan a la tolerancia y luego al amor.

 

El tiempo sólo me permite mencionar el hecho de que si una proporción de los hijastros son realmente detestables, es por las experiencias que han atravesado. Uno puede explicar esto y disculparlos, pero es la madrastra la que tiene que soportarlos. Para ella no hay salida. Por fortuna, a la mayoría de los hijastros se los puede criar de modo de que su actitud hacia la madrastra sea amistosa, y en muchísimas ocasiones, como lo revelan las cartas, terminan siendo iguales que los hijos reales. Muy a menudo no existen dificultades, o éstas no son muy grandes y no presentan ninguna amenaza. Muchas personas pierden de vista que la situación en que se hallan los padrastros e hijastros crea estados de perplejidad, y llegan a creer que todo es muy simple. A la gente que no ha tenido dificultades, mis exploraciones en el mundo imaginativo pueden parecerles molestas, y hasta peligrosas. Es peligroso para su sentido de la seguridad, pero, como he dicho, al perder de vista los sueños negativos y aun las pesadillas, así como las depresiones y sospechas a través de las cuales se manifestaron, pierden de vista también todo lo que otorga sentido a sus logros.

 

Unos toques de historia desafortunada pueden enriquecer enormemente nuestra vida. Por otra parte, estos relatos tal vez nos indiquen que tiene sentido contribuir a que la gente desafortunada se junte y converse; si lo hacen, pueden compartir sus respectivas cargas y a veces aliviarlas. Uno de nuestros corresponsales solicitó que se convocara a una reunión de padrastros y madrastras desafortunados. Pienso que esa reunión sería fructífera. En ella participarían hombres y mujeres comunes y corrientes.