¿Por qué la escuela tiene que ser tan triste?

(La enseñanza sin la educación)

 

 

Quisiera hablarle ahora del problema de una corresponsal que tiene tres hijos ya mayores, uno de catorce años, otro de trece y uno de once años y medio. El segundo hijo, el de trece, estalló hace poco en sollozos cuando recitaba sus lecciones a la madre, porque padece el defecto de un pequeño ceceo y, como dice la madre, se apoya en el comienzo de las frases. Es éste un problema que los padres procuraron resolver: recurrieron a un pediatra, a un ortofonista, pero todos dijeron que no se trataba de nada grave y que probablemente con el tiempo se arreglaría mediante algunos ejercicios. La madre escribe: “Me dirijo a usted, no tanto por el problema puramente médico que podría ulteriormente plantearse, como por la angustia que experimenta este niño. Quisiéramos poder ayudarlo a pasar este difícil escollo, porque en la escuela es con frecuencia el blanco de las pullas de sus profesores y de sus compañeros. Esto lo hace profundamente desdichado”.

 

La cuestión plantea un problema más general, el problema de la escuela en Francia, en la que los docentes no pueden impartir verdadera educación. La educación nunca consiste en tolerar que un alumno sufra por el hecho de que tiene características físicas o gestos o modos de expresarse que no son de los demás. ¡Es una vergüenza que ocurra semejante cosa!

 

Esto me recuerda la carta de un joven cuyos compañeros se burlaban de él porque también tenía un pequeño defecto de pronunciación y porque era más esmirriado y enclenque que los demás. Había encontrado la solución pasando con éxito el examen de su año escolar por correspondencia: luego se había ido a Inglaterra, no sin grandes vacilaciones de los padres. En este país goza de una situación espléndida comparada con la posición que ocupan sus hermanos y hermanas en Francia. Allá se desarrolló psíquica y socialmente con mucha más facilidad que en Francia, a pesar de su defecto de pronunciación y de su complexión física; en Francia no habría podido desarrollarse así a causa de las burlas constantes de que era objeto. Contaba ese joven que en ninguna escuela inglesa existía semejante práctica. Me gustaría que se comprendiera esto. Para muchos niños sensibles es muy difícil, soportar el régimen de la escuela en Francia. Y es una lástima, porque ni la sensibilidad ni los defectos físicos quitan valor a un ciudadano. Por el contrario, son factores que ulteriormente enriquecen la personalidad.

 

Para volver a ese niño que cecea un poco, admito que no sé que decir; evidentemente una psicoterapia podría ayudarlo, aún cuando los médicos opinen que el defecto no es muy importante. La ayuda consistiría en capacitarlo a defenderse, no como los demás quieren que lo haga, sino a su manera. Es todo cuanto puedo decir.

 

Sí, pero los padres… ¿Cómo pueden los padres ayudar a sus hijos? Porque no todo el mundo posee los medios de cambiar de lugar, de liceo o de colegio. Además la madre se da muy bien cuenta de que lo que mortifica a su hijo es, no tanto un pequeño defecto de pronunciación, como lo que sucede alrededor de él.

 

Lo que puedo decir, es que tal vez sea mejor que no intervenga la madre, pues me parece que protege demasiado a su hijo…Correspondería más bien al padre…

 

Pero en este caso, ¿cree usted que los padres deberían ir a ver a los profesores y hablar con ellos?

 

Esa es un arma de doble filo. Todo depende de la personalidad de los profesores. También habría que saber si el muchacho lo pide. Desde luego que los padres pueden interrogar a los profesores sobre los progresos del hijo y hasta es necesario que lo hagan. Pero ir a hablarles de los defectos, de los problemas de carácter…de esos señores…No creo que un padre pueda hablar serenamente con un profesor que se complace en burlarse de uno de sus alumnos. Lo que es crueldad mental en un niño puede cambiar si se le habla. Pero un adulto que no se sienta en estado de inferioridad, nunca se burlará de una persona poco favorecida por la naturaleza. Me temo que si los padres hablan con ese profesor agraven la situación. Entonces ¿qué quiere usted? ¡Habría que hacer la psicoterapia de todo el mundo! ¡Y eso no es posible! Pero es terrible ver cómo algunas personas, porque aprobaron exámenes y porque tienen diplomas son profesores aunque carezcan de toda cualidad psicológica para serlo, para vivir en contacto con niños y actuar como educadores. A lo sumo son personas instruidas pero, al tiempo que transmiten su saber, muestran a los niños el ejemplo de seres humanos roídos por mil inferioridades. En algo este niño que cecea es superior al profesor, que, celoso, se burla de él. Eso es seguro y esa superioridad molesta al profesor.

 

Tal vez el padre, no la madre, podría ir a hablar con el director del establecimiento escolar de su hijo y señalarle la infelicidad del muchacho. Al director corresponde modificar una situación intolerable y a este efecto podría comenzar hablando con el alumno jefe de clase. Si esto no da resultado habría que cambiar al niño de establecimiento.

 

Tenemos aquí un testimonio que se aproxima un poco al de la carta anterior: se trata de una madre que tiene dos hijos, uno de siete años y medio y el otro de seis. El mayor es muy vivaz y muy emotivo, pero desgraciadamente se encuentra en una clase cuya maestra es muy rígida. Resultado: saca continuamente malas notas, sufre perpetuas amonestaciones, pero también -lo que tal vez sea mucho más grave- vejámenes y humillaciones ante sus compañeros de clase: la primera vez que salió mal un trabajo en clase, tuvo que ir, después de haber soportado las burlas de toda su clase, a leer su trabajo a la clase vecina para que también todos se burlaran de él. Esto lo ha mortificado y humillado mucho. La madre escribe: “Yo por el contrario siempre traté de ser acogedora y comprensiva con él en oposición a esa maestra; pero no dispongo de los medios para enviar a mis hijos a una escuela ideal, como las escuelas Freinet, por ejemplo”. Por otra parte, no se atreve a hablar con los docentes porque supone que de antemano estos están persuadidos de que tienen razón. Claro está se siente decepcionada por la enseñanza tradicional. Detesta –y creo que la palabra no es exagerada- a los maestros y a las maestras que no hacen trabajar a los alumnos en un ambiente armonioso. Y la última frase resume bien su carta: “¿Por qué Dios mío, la escuela tiene que ser tan triste?”

 

Esa pedagogía por la humillación es algo que también a mí me subleva absolutamente. No sé por qué el padre no ha ido él mismo a ver a esa maestra. ¿Tal vez no tenga tiempo? Porque lo cierto es que en general las escuelas no atienden a las horas en que los padres dispondrían de tiempo. También esto me parece lamentable: que no haya un día destinado a los padres, fuera de las horas de trabajo, en el cual el director del establecimiento y los maestros estuvieran presentes para recibir a los padres por lo menos dos veces por trimestre.

 

En todo caso y en la situación actual, esta madre no puede ayudar a su hijo a soportar el singular carácter de su maestra, sino diciéndole: “Oye, lo importante es te hagas grande y aprendas a trabajar bien, y tú trabajas bastante bien en clase…pero no hay niño que no tenga momentos de atolondramiento”. Nada más. La madre debe quitar todo elemento dramático, que es, por lo demás, lo que hizo.

 

Pero todo esto me deja muy triste; quisiera que todos los maestros y maestras que lean este libro aprovechen la lección de lo que acabamos de decir y nunca, nunca, un niño sea humillado por ellos o por sus camaradas sabiéndolo los docentes. Cuando los compañeros se burlan de un niño que se expresa mal o que hizo un mal trabajo, el maestro de escuela tiene el deber de hacerlo callar diciéndoles: “Lo que hacéis no es humano ¿Cómo procedéis de esa manera? Parecéis monos en una jaula”. Claro está que el maestro no debe conducirse como el mono jefe de la jaula. La escuela está hecha para que el niño se sienta en ella con confianza, aun cuando haga mal un deber o cometa alguna tontería. Cuanto más se ayude a un niño a superar sus dificultades, más obra de profesor y de educador se hará.

 

Bueno, en todo caso, ése es el comentario que usted hace sobre este testimonio relativo a las relaciones, o mejor dicho a la falta de relaciones, entre alumnos y docentes.

 

Los maestros están al servicio de los niños para educarlos, no para rebajarlos y humillarlos.  

 

Si existe un problema grave, un problema que en todo caso deja consternados a los padres, es el de los niños que dicen: “Voy a matarme, voy a suicidarme.” Se trata de la madre de un varón de once años que le escribe a usted. Su hijo tiene enormes problemas en la escuela en sus relaciones con sus compañeros. Naturalmente no tiene (o no manifiesta) muchas cualidades defensivas y da la impresión de que se deja dominar con bastante facilidad, lo cual hace que algunos de sus compañeros (en el CES donde el chico está desde hace tres meses y donde hay unos trescientos alumnos) lo someten a chantaje y exigen que les lleve dinero.

 

¿Lo extorsionan?

 

¡Eso es! Lo amenazan con romperle la cara si no les lleva dinero. El chico está literalmente aterrorizado. Los días de vacaciones está perfectamente bien; pero cuando se acerca el momento de regresar a las clases, tiene miedo, le duele el vientre, se ahoga y a veces tiene ganas de vomitar. Repite continuamente: “No quiero volver a esa escuela”. La madre menciona otros hechos: le han dado puñetazos; el otro día un muchacho le quitó su pasaje en el momento en que se disponía a subir al ómnibus; en fin, todos estos vejámenes hacen que no pueda superar su miedo; le dijo a la madre: “Si no me cambias de escuela me mataré”.

 

Este asunto puede terminar mal. Lo que no comprendo es que la madre no diga nada del padre de este chico, como si no hubiera un hombre en la familia, un hombre que viera rápidamente al director para remediar esta situación. Pero a mí me parece que de cualquier manera aquí hay una falla del maestro que, por lo demás, no fue prevenido por el padre. En estos casos no deben intervenir las madres, porque muchas de ellas se quejan por cualquier cosa insignificante; pues sí, así es a menudo; ya veo que cree usted que estoy exagerando…

 

Realmente me preguntaba si era usted la que hablaba o si era la reacción que usted presume en los profesores en general.

 

Oiga, es muy frecuente que las madres, cuando se quejan, armen un verdadero escándalo por una nadería ante maestros que saben muy bien que en el fondo la clase no marcha tan mal como pretenden esas madres. A los maestros les molestan esas madres que van a quejarse.

 

“¡Claro está, son mujeres!” Lo digo porque cada vez que usted habla de esta manera recibimos un alud de cartas: “Pero ¿cómo?...Entonces, porque somos mujeres, ¿no servimos para nada?”

 

¡Nada de eso! Lo ocurre es que las madres están muy apegadas a su hijos y estos se aprovechan de tales sentimientos, sobre todo cuando ingresan en escuelas nuevas. Este muchacho estaba muy contento de entrar en el CES: eso le daba importancia, se convertía en un muchacho grande. Y luego resultó que no estaba preparado para el nuevo ambiente. Ahora bien, cuando un niño no sabe defenderse, cuando no sabe dar puntapiés y puñetazos desde el principio para demostrar a los demás que no es una cosa maleable, se producen siempre dificultades de este género. Y ciertamente si este niño, que inició el año escolar como los demás, se convirtió en el objeto de la agresividad de todos, ello se debe a que hasta entonces había sido un hijo sobreprotegido. Ahora corresponde que el padre se ocupe de él. ¿Tal vez no haya padre?

 

En todo caso, no hay que dejar a este muchacho en las actuales condiciones. Ya es demasiado tarde para hablar con el director, pues hace tres meses que la situación se ha establecido, que la suerte está echada, que el muchacho es objeto de la irrisión y de la violencia de todos. Este niño o bien se enfermará o bien hará lo que dice…pues aquí no se trata de chantaje a los padres; es cierto que ya no resiste más. Ha llegado al fondo de la angustia y la desesperación.

 

Precisamente ésa es la pregunta que le iba a hacer, según su experiencia, cuando un chico amenaza darse muerte, ¿qué hay que creer?

 

A veces los chicos lo dicen para angustiar a la madre y sin ninguna otra razón, pero aquí el contexto es diferente. Se trata de un niño que está realmente y que es objeto de violencias de que la madre es testigo cuando el niño regresa a casa. Y luego esa extorsión por parte de los compañeros…No sé si los maestros están enterados, pero conozco muchos ejemplos de niños que son efectivamente despojados apenas los compañeros ven que tienen una chaqueta más bonita que la suya o zapatos nuevos. Están tan envidiosos que les quitan las ropas, les roban la chaqueta, los zapatos, los cuadernos. En el momento actual se registra una gran violencia en ciertas escuelas y creo que no se presta suficiente atención. Las víctimas no tienen ningún recurso para defenderse.

 

También cuando un alumno llega a una clase con algún retraso, es decir, después del comienzo del año escolar y cuando ya se han organizado los grupos, le cuesta trabajo integrarse. En esos casos los profesores, deberían presentar el nuevo alumno a sus compañeros, elegir a dos o tres de ellos para que le sirvan de intermediarios hasta que aquél se haya integrado en la clase. Este trabajo psicosocial es trabajo de los maestros.

 

Para volver a nuestra carta, creo necesario que la madre haga el sacrificio pecuniario de poner directamente a su hijo en una escuela privada o bien cambiarlo de CES y llevarlo a uno más alejado; como vive en una gran ciudad debería ver el prefecto o la persona que se ocupa de las escuelas en la prefectura ¡Tiene que hacer algo! No puede dejar al hijo en semejante situación, sobre todo si no tiene marido. Y si hay un padre, es absolutamente necesario que se tome un día franco para ir a ver al director del establecimiento, a la psicóloga del CES o al prefecto a fin de encontrar una solución que salve al hijo.