¿Qué es lo que fastidia?

 

 

Tres charlas radiales emitidas por la BBC el 14, el 21 y el 28 de marzo de 1960

 

I

 

D. W. W.: Hay algunas personas que se sienten algo incómodas si comprueban que sus sentimientos hacia los niños pequeños no siempre son cariñosos. Si escuchan la conversación siguiente, notarán que estas madres están bastante seguras acerca del amor que les tienen a sus hijos, lo dan por descontado y no tienen tapujos en referirse a los aspectos desagradables de la vida hogareña. Se les pidió, concretamente, que contaran qué les resultaba fastidioso, y al parecer no tuvieron dificultad alguna en responder a esta invitación. La charla comienza así:

 

- Bueno, quise que vinieran esta tarde aquí a contarme qué tiene para ustedes de fastidioso ser madres. Sra. W., para empezar, ¿cuántos hijos tiene usted?

 

- Tengo siete, entre los 20 y los 3 años.

 

- ¿Es realmente una tarea molesta para usted la de ser madre?

 

- Bueno, sí, si tengo que decirle la verdad, lo es, creo, en general. Creo que la verdadera dificultad en una familia son pequeñas molestias como el hecho de que los chicos estén constantemente desaseados, y siempre haya que estar tras ellos para llevarlos a la cama... Esa clase de cosas me provocan fastidio.

 

- ¿Y usted qué opina, Sra. A?

 

- Yo tengo sólo dos hijos, uno recién empieza a caminar y el otro es un bebé, y por supuesto el que me irrita es el primero, pobre. Como dijo la Sra. W., son las pequeñas cosas, y también la falta de tiempo. Con los chicos siempre parece que una tiene que andar a los apurones, y cuando estamos a punto de salir, mi pequeño siempre quiere ir a hacer alguna otra cosa.

 

- ¿Sra. S.?

 

- Sí, yo tengo dos niñas, una de tres y la otra de uno apenas, y me parece que concuerdo con las otras dos madres en que el tiempo es uno de los problemas, que nunca hay tiempo suficiente para hacer todo lo que una quisiera.

 

- ¿Quiere decir que habría otras cosas que usted quisiera hacer, aparte de cuidar a los chicos, y no puede..., cosas para usted misma?

 

- Sí, creo que las hay. Me encanta cuidar a los chicos y... en general me resulta gratificante, pero una anda siempre apurada. Pienso que cuando estoy cansada me resulta particularmente difícil. A veces me canso, por supuesto. Hago lo que puedo para no cansarme, pero no es fácil...

 

- ¿Cuál es, a su juicio, el motivo del cansancio de las madres? ¿Cree que es porque tienen demasiadas cosas que hacer en un mismo tiempo limitado, o porque en cierto modo están luchando con esa situación?

 

- No, creo que es porque son demasiadas cosas que hacer en poco tiempo. Digamos, a las seis de la tarde, una acaba de darles la merienda a los chicos, hay que lavar la vajilla de la merienda, y hay que darle de comer al otro y preparar la cena para el marido... todo en una hora más o menos. (Risas.)

 

D. W .W.: Este es un buen comienzo. Si son varios los chicos en la casa, ésta no puede permanecer aseada, y es imposible mantener el aseo como actitud. Una siempre está corriendo, porque no puede descuidar el reloj, y todo eso. Y los niños (por lo menos los más chicos) no han llegado todavía a la edad en que les resulta divertido amoldarse a los adultos e imitarlos.

 

El mundo fue hecho para ellos: actúan sobre la base de esta premisa. Luego está la cuestión del cansancio, siempre importante. Cuando una está cansada, las cosas que habitualmente le interesan pueden volvérsele fastidiosas, y si no ha dormido lo suficiente tendrá que luchar contra el sueño, lo cual la deja en peores condiciones para disfrutar de todas las cosas interesantes que hacen los niños, los signos cotidianos de su desarrollo. Notarán que en este momento me estoy refiriendo a las madres y a sus sentimientos, y no a los chicos que ellas cuidan. Es muy fácil idealizar la tarea de la madre. Sabemos muy bien que todo trabajo tiene frustraciones y rutinas tediosas, y que hay momentos en que sería lo último que uno elegiría hacer. ¿Por qué no pensar que esto mismo es aplicable al cuidado de bebés y de niños? Creo que dentro de unos años estas madres ya no recordarán con exactitud lo que ahora sienten, y les interesará mucho volver a escuchar esta grabación cuando hayan llegado a los serenos mares de la condición de abuelas.

 

- Desde las cinco y media hasta las siete y media, en casa hay un caos total... A esa hora ya no sabemos si estamos yendo o viniendo. Se supone que a ciertas horas deben suceder ciertas cosas, pero nunca ocurre así, porque alguna otra cosa espantosa sucede...; alguien derrama su leche, o algo horrible... Incluso puede suceder que el gato se suba a la cama de alguno y los niños no pueden dormir, ya sea porque el gato está o porque el gato no está, y se bajan de la cama seis veces para ver qué estoy haciendo, y es un caos total. (Risas.)

 

D. W. W.: ¡Me encanta esto que dice sobre el gato, ya sea que esté o que no esté! No depende de que una haga las cosas bien o mal. Lo que no funciona son las cosas tal como son, lo cual hace que parezca que si estuvieran al revés andarían bien... pero por supuesto no es así. O quizá lo que ocurre es que una no advierte todo lo que anda bien, y en cambio todo lo que anda mal, aunque sea un poquito, se convierte en un problema espantoso que da origen a gritos y alaridos. Una madre alude a algo que debe ser muy común, la sensación de que una capacidad propia se está "oxidando" en ella, o de que algo que le divertía aprender debió postergarse indefinidamente.

 

- ¿Cree que le gustaría hacer ciertas cosas para usted misma, como escribir una novela o preparar una torta especial, o cualquier otra cosa que le guste y que los niños le impiden hacer?

 

- Bueno, a mí me interesa mucho el trabajo asistencial y todo eso. Me gustaría hacer cosas que, según me han dicho, puedo hacer, o participar en ellas, aunque hasta ahora no pude por falta de tiempo. Y me resultó muy frustrante no poder hacer nada de esto porque tenía que quedarme en casa.

 

- Sí, el año pasado asistí a unas clases de costura y me entretenían muchísimo, pero cuando vino el segundo niño, me di cuenta de que no podía llegar a tiempo, y cuando eran más o menos las ocho me decía: "Oh, Dios, realmente sería un engorro salir ahora".

 

- ¿Hay algo que le gustaría hacer?

 

- Sí, me gusta mucho la costura, y ésa es una tarea muy irritante cuando los niños... (Risas.) De veras me gusta, me absorbe totalmente, más bien dejo que el tiempo siga su curso, lo cual crea trastornos, tampoco soy un reloj. Me gusta mucho olvidarme del tiempo.

 

- Para mí una de las cosas irritantes es tener que interrumpir, para cualquier cosa que esté haciendo por la mañana para preparar la comida..., el almuerzo, cuando yo me arreglaría con un par de huevos duros... pero tengo un marido también, así que... (Hablan entre sí.)

 

D. W. W.: Aquí aparecen los maridos junto con los hijos, pretendiendo cosas y aniquilando por completo todo el empeño de la esposa-madre para preservar un interés propio, que le demanda concentración. Entonces no es nada raro que la esposa quiera ser como el hombre, tener un empleo pulcro y aseado, un horario de oficina o reglas y normas fijadas por el sindicato que la protejan precisamente de todo lo que para ella es fastidioso. En esta etapa posiblemente no pueda entender cómo es que algunos hombres envidian a las mujeres por permanecer en la casa, apabulladas por sus quehaceres domésticos y en el más espléndido desorden de niños y de bebés. Así que volvamos al desorden y el desaseo.

 

- Para mí el desaseo es un problema espantoso, porque no tengo ninguna muchacha que me ayude en casa, y cuando termino de limpiarla y ordené todo, a los veinte minutos, ¡es increíble!, parece como si no la hubiera tocado en dos o tres años, por todos lados hay juguetes que ellos dicen que necesitan y papelitos que tenían que cortar. No tendría que quejarme por esto... Es algo que ellos tienen que hacer, desde luego, y es una gran frustración cuando una no puede armar ningún lío al respecto y debe dejar que sigan con eso.

 

- Bueno, a mí me pasó que cuando mis chicos eran pequeños, hasta los cuatro años más o menos, digamos hasta que fueron a la escuela, su primera escuela, querían estar siempre donde yo estaba; y si estaba cocinando, bueno, eso significaba que ellos querían cocinar también, y si estaba haciendo algo en las habitaciones de arriba, ellos también venían arriba. No se separaban de mi, me seguían a todos lados, y eso es sumamente fastidioso, me parece, a veces.

 

D. W. W.: ¿Y qué pasa si el desorden se limita a un solo lugar?

 

- ¿Les resulta más sencillo dejarlos que deambulen a su voluntad por toda la casa, o tratan de que se queden en sus cuartos?

 

- No, en mi casa hay una habitación que espero y rezo para que no me la conviertan en un revoltijo, pero invariablemente transforman cualquier habitación en un revoltijo..., se meten en todas partes.

 

- ¿Cree que es posible confinarlos en un solo lugar?

 

- Bueno, no sé si es que yo tuve suerte, pero Christopher parece haber comprendido que debe quedarse jugando en el cuarto de los niños.

 

- ¿Qué edad tiene?

 

- Dos años, algo más de dos años.

- ¿Puede verla a usted desde el cuarto de los niños?

 

- No, no, está lejos de la cocina, pero vivimos en un departamento, así que estamos todos en la misma planta, basta con que camine un poco... Viene a jugar a la cocina también, lo cual, por supuesto, para mucha gente está mal. No se me ocurrió poner una barrera hasta que ya era demasiado tarde. En la sala y el comedor tenemos en las puertas perillas al estilo antiguo, él no puede darlas vuelta con la manito, así que hasta ahora conseguí mantener esas habitaciones ordenadas.

 

D. W. W.: No hay nada que hacer: es preciso aceptar que las madres que tienen varios niños pequeños suelen estar en un aprieto. En ese momento no saben qué hacer. Tal vez, a medida que los niños crezcan, la paz retorne al redil... pero tal vez no.

 

- Todas las noches libramos unas batallas fabulosas sobre el tema de la cena de los perros..., a quién le toca darles a los perros la comida. Se van rotando para eso, pero siempre, por algún motivo, la persona a la que le toca el turno no puede hacerlo. (Risas.) Y pasarán unos buenos veinte minutos, con los perros ahí alineados, esperando, antes de que reciban su cena, por causas de estas terribles peleas que yo... De pronto me parecen muy fastidiosas estas peleas que se dan en las grandes familias. No sólo en torno de la comida de los perros, pero cuando uno se dispone a sentarse a la mesa alguien dirá algo, y antes de un segundo ya estarán todos gritándoles a todos por una cuestión de principios, ustedes me entienden...Tenemos espantosas peleas por toda clase de asuntos.

 

D. W. W.: Estos ejemplos ilustran de cuántas formas puede ser fastidioso atender a los niños pequeños; y sin embargo, también es cierto que uno los quiere y los ama mucho. El problema es la invasión de la privacidad de la madre. Sin duda, en algún lugar hay un pequeño fragmento de ella que es sacrosanto, al que ni siquiera su hijo tenga acceso. ¿Deberá defenderlo o rendirse? Lo terrible es que si la madre esconde algo en algún lugar, eso es justamente lo que el pequeño querrá. Si lo único que hay es un secreto, debe descubrírselo y sacarlo afuera. La cartera de la madre conoce muy bien todo esto. La próxima semana me gustaría desarrollar este tema de las tensiones que sufre la madre.

 

II

 

D. W. W.: Al término de la semana pasada, luego de que varias madres de niños pequeños conversaran sobre lo que les fastidia en general a las madres, quise hacer hincapié en una idea que me gustaría retomar: la forma en que es invadida y expuesta la privacidad de las madres. Deseo desarrollar esta idea porque pienso que tiene mucho que ver con lo que puede fastidiar a los progenitores, y en especial a las madres. Les recuerdo que estas madres son de las que están contentas de estar casadas y tener hijos, y los quieren, y no les gustaría que las cosas fuesen de otro modo; pero cuando se les pidió concretamente que mencionaran lo que les molestaba, lo hicieron de buen grado. Algunas tal vez no tuvieron el mismo tipo de experiencias. En un extremo, algunas la pasaron peor, vivieron en medio de un embrollo sin tiempo en absoluto para ellas mismas, y tuvieron que pedir ayuda. Aquí el embrollo salió triunfante y la madre se tornó irritable o, por alguna otra causa, no pudo ocuparse de sí misma como le hubiese gustado. En el otro extremo, hay madres que no tienen ningún sentimiento de desorden o de invasión de su vida; pudieron mantener limpia y pulcra la sala y de algún modo sus bebés y niños pequeños se amoldaron a una pauta preestablecida y la mayor parte del tiempo hubo paz. En este caso, la madre, con su sistema en esencia rígido de lo que está bien y de lo que está mal, dominó la escena, y los niños tuvieron que adaptarse, lo quisieran o no. Por supuesto, hay un montón de cosas que decir en favor de la paz y el orden, siempre y cuando se lo consiga sin anular demasiado a espontaneidad de los niños.

 

Siempre será menester que recordemos que existe toda clase de padres y toda clase de hijos, y sobre esta base podemos examinar las variantes que se presentan sin afirmar que una clase es buena y la otra es mala. ¿Pero no les parece que los extremos, en uno y otro sentido, son por lo común signos de que algo funciona mal en algún lado?

 

A menudo se escucha decir a los padres que en la época victoriana todo era sencillo, los niños se quedaban en el cuarto que les había sido asignado, y nadie, no importa lo que hiciera o dejara de hacer, pensaba que estaba promoviendo o destruyendo la salud mental del niño. Sin embargo, aun en la época victoriana la gran mayoría de la gente criaba a los chicos rondándoles alrededor por todos lados, haciendo barullo y desorden, y sin la ayuda de niñeras con delantal almidonado. Cada época tiene sus costumbres, pero creo que hay algo que siempre permaneció igual, y es esta horrible tendencia del niño pequeño a meterse justo en el centro de la madre, donde ésta guarda sus secretos. La cuestión es: ¿puede la madre defenderse con éxito y guardar sus secretos sin privar al mismo tiempo al niño de un elemento esencial, el sentimiento de que la madre es accesible para él? Al comienzo, el niño la poseía, y entre la posesión y la independencia tiene que haber, por cierto, algún albergue accesible a mitad de camino.

 

El observador tendrá fácilmente presente que sólo durante un lapso limitado esta madre abre las puertas de su casa a sus hijos. Tuvo sus secretos antes y los volverá a tener; y se considerará enormemente dichosa de haber sido infinitamente molestada durante un tiempo por los infinitos reclamos de sus hijos. Para la madre que está metida en esto, no hay pasado ni futuro: sólo la experiencia presente, en la que no le queda ningún territorio propio que no sea explorado, ningún Polo Norte o Polo Sur sin que algún intrépido explorador lo encuentre y lo anime con su calor, ningún Everest sin que un trepador alcance la cumbre y se la coma. El fondo de su océano es examinado con un batiscafo, y si ella llegase a tener algún misterio, la otra cara de la Luna, también él sería alcanzado, fotografiado y transformado de misterio en hecho científicamente probado. Nada en ella es sagrado.

 

¿Quién querría ser madre? ¿Quién, realmente, más que la madre efectiva de los hijos? Y otras personas muy especiales: esas niñeras que encuentran el modo de trabajar junto a los progenitores.

 

Tal vez ustedes se pregunten: ¿cuál es el propósito de tratar de poner en palabras lo que fastidia a una madre? Creo que a las madres las ayuda poder expresar sus padecimientos en el momento en que los experimentan. El resentimiento contenido arruina el amor que está por detrás de todo. Supongo que ése es el motivo de que profiramos juramentos o blasfemias. Una palabra dicha en el instante oportuno congrega en sí todo el resentimiento y lo da a publicidad, tras lo cual podemos iniciar tranquilos un nuevo período en lo que estamos haciendo, sea lo que fuere. En la práctica, he comprobado que a las madres las ayuda ponerse en contacto con sus resentimientos más amargos.

 

Dicho sea de paso, la mayoría de las madres no precisan ayuda, pero para aquellas que sí la necesitan escribí una vez una lista de una docena, más o menos, de razones fundamentales por las cuales las madres piensan que odian a sus hijos y no temen contemplar sus otros sentimientos. Por ejemplo, este bebé particular no es el bebé que la madre imaginó, no responde exactamente a la idea de un bebé que ella tenía en mente. En cierto sentido, el cuadro que ella se hizo podría parecerle su propia creación en mayor medida en que este bebé que se ha convertido en algo tan real en su vida. El bebé real no vino, ciertamente, por arte de magia; ese varón o niño llegó luego de un laborioso proceso, que tanto durante el embarazo como durante el parto le hizo correr peligros a la madre. Ese bebé que ahora es suyo la lastima cuando mama, por más que el proceso de lactancia sea muy gratificante. Poco a poco la madre descubre que el hijo la trata como a una sirvienta no remunerada y le exige atención, y que al principio nada le importa cómo se siente ella. En algún momento el bebé la muerde, todo en nombre del amor. Se supone que la madre amará de todo corazón y por completo a su bebé en un comienzo, no sólo lo que tiene de lindo sino también lo que tiene de desagradable y de desordenado. No pasa mucho tiempo antes de que el bebé comience a desilusionarse de la madre y a hacérselo saber, rehusándose a comer el buen alimento que se le ofrece, de modo tal que la madre empiece a tener dudas sobre sí misma. Y el amor excitado del bebé es un amor interesado, y una vez que obtuvo satisfacción a la madre se la deja de lado como si fuera la cáscara de una naranja. ¿Debo continuar con esta lista de razones por las cuales una madre podría odiar a su bebé?

 

En estas etapas tempranas, el bebé no sabe en absoluto qué es lo que la madre hace bien y qué sacrificios hace para que todo funcione, pero si las cosas salen mal, aparecen sus quejas en la forma de gritos y alaridos. Después de una mañana espantosa de alaridos y berrinches, la madre sale de compras con su bebé, y éste le sonríe a un extraño, que exclama: "¡Qué ricura!" o "¡Miren que criaturita encantadora!" La madre tiene permanentemente aguda conciencia de que si le falla a su bebé en el comienzo, tendrá que pagar las consecuencias durante un largo período, y si logra éxito no tiene motivos para esperar gratitud. Ustedes, por su cuenta, podrán enumerar una decena o más de razones propias. Probablemente no haya ninguna peor que la que he escogido para examinar aquí la forma en que los niños invaden los espacios más íntimos y reservados. Trataré, en lo posible, de ver si puedo mostrarles cuál es el sentido de esto.

 

Al principio no hay dificultades, porque el bebé está en la madre y forma parte de ella. Aunque sólo es un inquilino, por así decir, el bebé en el útero se suma a todas las ideas de bebés que se le atravesaron alguna vez a la madre, y al comienzo el bebé es, de hecho, su secreto. El secreto que se convierte en bebé.

 

La madre tiene muchísimo tiempo, en los nueve meses que siguen, para desarrollar una particular relación con este fenómeno del secreto convertido en bebé, y cuando lleva algunos meses de embarazo ya es capaz de identificarse con el bebé que está en ella. Para llegar a esto tiene que encontrarse en un estado mental sereno, y constituye una ayuda enorme para ella que el marido la acompañe absolutamente, y se ocupe del mundo en nombre de ambos.

 

Creo que esta particular relación con el bebé llega a su fin, pero no exactamente con el nacimiento. Pienso que se prolonga unas semanas más, a menos que circunstancias infortunadas hagan que la mamá tenga que bajar a la tierra, por ejemplo, si debe dejar la sala de la maternidad, o despedir a una niñera inútil, o si el marido se enferma, o algo por el estilo.

 

Si una tiene suerte y no se presentan complicaciones molestas, ese estado particular puede empezar a desaparecer gradualmente. En tal caso, la madre inicia un proceso de restablecimiento de sí misma como persona adulta en el mundo, que lleva varios meses. Por más que este proceso es penoso para el bebé, él necesita que la madre sea capaz de llevarlo a cabo. Empieza entonces una lucha tremenda: el bebé, que ha dejado de ser el secreto, pretende inmiscuirse en todos los secretos de la madre. Aunque su batalla esté perdida de antemano, presentará un reclamo tras otro, en una perpetua carrera en pos del oro, pero el oro nunca le es suficiente y algún nuevo reclamo tendrá que hacer. De cualquier manera, la madre recobra su condición de individuo separado y sus minas de oro se tornan cada vez más inaccesibles.

 

Sin embargo, no se recobra del todo. Si lo hiciera, eso significaría que habría dejado de ser una progenitora. Y por supuesto, si tiene varios hijos, el proceso se inicia de nuevo cada vez, y una llega a los 45 años y sólo entonces puede mirar alrededor y preguntarse dónde está parada en el mundo.

 

He comenzado a examinar un gran tema, y aquí sólo tengo tiempo de añadir una sola cosa más. Por mis charlas con innumerables madres y mi observación del crecimiento de sus hijos, creo que las que quedan en mejor situación son las que se entregan desde el principio, las que pierden todo. Lo que ganan es que en el curso del tiempo pueden recobrarse, pues sus hijos renuncian poco a poco a esas pretensiones perpetuas y se alegran de que sus madres sean individuos con derechos propios, como ellos mismos llegan muy pronto a ser.

 

Tal vez sepan ustedes que los niños a quienes se priva de ciertos elementos esenciales de la vida hogareña (en verdad, del tipo de cosas de las que hemos estado hablando) suelen albergar un resentimiento permanente, una inquina contra algo; pero como no saben qué es ese algo, la sociedad tiene que soportar la tensión y a esos niños se los llama antisociales.

 

Tengo bastantes esperanzas, pues, en lo que respecta a estas madres que describen su lucha contra el reloj frente a las hordas invasoras de sus hijos. A la postre, esta batalla no la libran cadáveres, sino niños que no son deprivados, que no son niños problemáticos o delincuentes. Son niños que llegan a adolescentes siendo capaces de defender sus derechos. Y la madre puede permitirse esto también cuando sus niños existen por derecho propio. Puede entonces ser ella misma, con todos sus secretos, lo cual la retrotrae -aunque con una diferencia- a la época previa a la invasión de sus hijos.

 

III

 

D. W. W.: La semana pasada yo hablé todo el tiempo, eligiendo un aspecto del problema de estas madres porque lo consideré importante. No me olvido de que las madres de niños pequeños suelen estar cansadas y a menudo no duermen bien, pero preferí hablar de la pérdida de su privacidad. Esta semana me gustaría volver a oír la charla de las madres. En los fragmentos que siguen se enterarán de las peleas que tienen lugar entre los niños en una familia, su lucha encarnizada, podríamos decir, y el efecto que esto tiene en los nervios de la madre.

 

Madres: - Veo que se pelean tanto...; me pregunto por qué será realmente. Uno pensaría que en vez de hermanos que se quieren son los peores enemigos...; gritan y se ponen a pelear... Pienso que por debajo de todo eso se quieren mucho. Si viene un extraño, forman una banda y se defienden uno al otro, o si uno cualquiera se enferma, salen corriendo para traer lo que se precise; pero se la pasan peleando de la mañana a la noche, y me parece que me hace mal a los nervios eso de entrar y escuchar "Lo hiciste tú", "No, lo hiciste tú", "Sí, lo hiciste tú", "Sí, lo harás", "No, no lo haré", "Sí, lo harás", "Te odio". Y dan portazos y se empiezan a dar golpes uno al otro, ¿se dan cuenta?, y yo que corro a separarlos. Se pelean de una manera horrible.

 

- Supongo que es un modo de descargar energía... nerviosa o de otro tipo.

 

- Espero que así sea, pero resulta muy irritante.

 

- Es terrible para los nervios de la madre. Sí, yo también puedo recordar que pasaba eso. Solíamos pelearnos con mi hermana menor... y mi mamá terminaba agotada.

 

- Esto desgasta y destroza a las madres. No es que pase nada. Bueno, si pasa algo grave, pienso que uno sabe hacerle frente por que es bastante inusual...; es una crisis que alguien puede llevar hasta... (Hablan entre sí.) Lo que molesta es la pelea constante cotidiana, como una gota sobre una piedra, ¿no?... una gota, y otra, y otra.

 

D.W.W.: ¡Sí, una gota, y otra, y otra! ¿Y con qué fin? Hay un fin, y ustedes lo saben. La semana pasada dije que en mi opinión cada niño se interna en la madre y reclama lo que hay allí, y ahora quiero añadir que si encuentra algo allí lo usa, lo consume. No da cuartel, no muestra piedad, no hace nada a medias. La madre es usada sin miramientos. El niño llega hasta su fuente de energía y empieza a drenar de ahí con una repetición tediosa. La tarea principal de la madre consiste en sobrevivir. En el próximo fragmento aparece esta repetición tediosa.

 

Madres: - Nosotros les contamos cuentos a la noche, antes de ir a la cama, y me resultan fastidiosos, porque he tenido que contárselos noche tras noche sin excepción... y si alguna vez salimos, por supuesto que lo sienten, ¿no?, los chicos...

 

- Sí, sí que lo sienten.

 

- Una no puede dejar de contarles ni una sola línea, no puede ni siquiera decirles... lo que sería lo normal... Hay que hacerlo todas las santas noches, ya sea que una esté sana o enferma, viva o muerta... Hay que leerles dos cuentos espantosos, y a veces pienso que es como si... (Hablan entre sí.)

 

- Sí, yo agarraría ese librito y lo rompería a pedazos.

 

D. W. W.: "... y lo rompería a pedazos". Unos cuantos de los que escuchan sin duda se pondrán contentos de oír estas palabras, ahora que fueron pronunciadas. Sin embargo, habrá que seguir repitiendo los cuentos, y repitiéndolos con precisión, y los niños seguirán precisando estos limitados territorios que conocen en detalle y en los que no hay sorpresas para ellos. Es justamente esta certidumbre de que no se encontrarán con sorpresas la que contribuye a su descanso y prepara la escena para que puedan entregarse al sueño.

 

La cita siguiente se ocupa de las etapas poco gratificantes en las que un niño que hasta entonces estaba evolucionando bien, por una u otra razón tiene que volver atrás, o deja de responder como antes, o se vuelve decididamente rebelde. Aquí una pequeña tramita sus celos respecto del bebé renunciando a sus logros y convirtiéndose ella misma en un bebé.

 

Madres: - Mi hija mayor aprendió a vestirse sola hace ya unos...unos nueve meses, pero de repente decidió que no va a vestirse sola nunca más. Es perfectamente capaz de hacerlo. No puede subirse los cierres ni abotonarse los botones traseros, pero sí los delanteros. Sin embargo, decidió decir "No", que va a ser una beba, y se repantiga en mi regazo como la chiquita... Así que ahí estamos, ahora tengo que vestir a las dos de mañana y desvestirlas a las dos de noche.

 

- Bueno, yo puedo prever este asunto de dejar que se vistan solos. Todavía no tengo que hacerlo porque él no es capaz de hacerlo solo aún, pero ya veo que en el futuro va a ser un motivo de irritación para mí... ver cómo se pone al revés las cosas con toda parsimonia... (Hablan entre sí.)... porque yo no puedo..., a mí me gusta hacer todo rápido.

 

D. W. W.: Esta es otra cuestión fastidiosa, adaptarse al ritmo de cada niño. Algunos son por temperamento más lentos que su madre, y algunos más rápidos. Es un gran problema para una madre adaptarse a las necesidades de cada cual en esta cuestión de la rapidez o la lentitud. Particularmente fastidioso es para una madre rápida adaptarse a un niño algo retrasado; pero si la madre y el hijo dejan de estar en contacto mutuo en este tema de la sincronización, el niño pierde su capacidad para actuar, se vuelve tonto, y cada vez deja más cosas a cargo de la madre o la niñera. Y no es menos malo para el niño que él sea rápido y la madre lenta, como es dable imaginar. Tal vez la madre sea lenta porque está deprimida, pero el niño ignora las razones y no puede darles cabida. Sin duda, algo puede lograrse mediante una planificación, pero los niños pequeños suelen echar por tierra los mejores planes, simplemente porque no ven ninguna necesidad dé prever el futuro. Ellos viven en el presente. En el próximo fragmento oiremos algo sobre la planificación.

 

Madres: - Bueno, en parte esta falta de tiempo deriva de que una tiene que organizarse para salir..., tiene que planear la tarde de modo de acomodarse a la mamada que tiene que dar a las dos, y regresar para la mamada de las seis. Creo que lo principal son las compras; yo voy a un mercado que queda a unos seis kilómetros, porque es muy barato, y conseguir tener listos a los dos niños, uno que toma la mamadera y el otro que come con cuchara, los dos vestidos y listos para salir, es toda una hazaña... Y uno de ellos se duerme de todos modos, lo que hace que debamos salir más tarde... y a la vuelta esté a las corridas tratando de llegar a tiempo para volver a darle la mamadera al otro. Y después hay otras cosas, como ir de vez en cuando a tomar el té a algún lado... Esta tarde, por ejemplo, nos llevó una hora organizarnos hasta que los tres estuvimos listos.

 

- Es un trabajo terrible.

 

- Quiero decir que para cuando una ya está lista, los otros dos...

 

- Sí, los otros dos parecen tener..., se ponen un poco pesados.

 

- El problema es la planificación..., tener que pensar cuál es el mejor momento para salir.

 

- Pequeños ejemplos como ése son probablemente los más fastidiosos de todos... Sí, creo que son los más irritantes.

 

- Quiero decir que, después de todo, yo quiero a mis dos hijos. No me parecen irritantes todo el tiempo, sólo en pequeñas cosas.

 

- Algo que a mí me molesta un poco es la próxima comida..., pensar qué van a comer..., qué cosa les voy a dar.

 

- ¿Planea usted la comida con mucha anticipación?

 

- No, no, no soy de planificar. Sino que, usted sabe... A medida que se aproxima la hora de comer, algo... (Risas.)... algo se materializa. Yo voy a hacer compras una vez por semana, así que siempre tengo suficientes provisiones en la casa para la semana siguiente; pero cuándo y en qué voy a usarlas, eso no lo decido hasta que ya falta muy poco.

 

- Bueno, yo tengo una buena suerte increíble con respecto al almuerzo, porque la comida favorita de Christopher es la carne picada. Ya estoy harta de la carne picada. (Risas.)

 

- A veces a los niños les gustan muy pocas cosas, ¿no? Se vuelve fácil...

 

- Sí, es muy fácil.

 

D.W.W.: Se introduce una nota de esperanza. Pero una madre planea y organiza las cosas como puede, aunque no es capaz de satisfacer las necesidades de cada uno de sus hijos con la dictadura del reloj, la distancia que separa la casa del mercado y el hecho de que sus fuerzas son limitadas. En definitiva, el cuadro que se nos presenta es el de una madre luchando por hacer frente al mismo tiempo a las necesidades individuales de los niños y al mundo tal como ella lo conoce.

 

Madres: - Pero otra gran fuente de irritación es tener que interrumpir mis tareas hogareñas, tener que dejar de pasar la aspiradora o algo así... En un momento pienso que puedo terminar de hacer la pieza en diez minutos si tan sólo me dejaran tranquila, pero alguien aparece por detrás y me dice: "Tengo que ir a la pelela", se sienta en la pelela y una tiene que estar ahí parada..., tiene que estar ahí parada y...

 

- Sí ¿una no puede irse a hacer otra cosa?

 

- Y para él es un juego. (Risas.)

 

- Y entonces algo hierve en la cocina, y tú dejaste la aspiradora encendida porque pensaste que en un minuto volvías, y...

 

- Oh, para mí estas interrupciones constantes son algo muy irritante... De pronto oigo un grito de algún lado y tengo que dejar lo que esté haciendo... aunque esté cocinando, con las manos llenas de harina y todo, y salir corriendo a ver qué pasó.

 

- Bueno, si yo tengo las manos con harina, les digo: "Miren, ¿no querrán que haga eso con manos como éstas; no?".

 

- ¿Y funciona?

 

- Sí, lo dejo para más tarde. Me temo que recurro mucho a eso, como también cuando se suceden las cosas irritantes, del tipo de "Oh, qué mala suerte, nos dejamos tal o cual cosa en casa", dice Elizabeth, íbamos a alguna parte y ella quería llevar su muñeca o canasta para las compras... Entonces yo le contesto: “Bueno, qué lástima, tendrás que traerla la próxima vez'. En ese momento es como un sueño".

 

D.W.W.: Para todo hay un límite, y a medida que el niño crece cada vez se definen mejor los límites a las exigencias que tiene derecho a imponerle a su madre. ¿Y quién fijará este límite? En alguna medida, la madre comprueba que poco a poco puede defenderse.

 

Madres: - Mucho depende de cómo haya pasado la noche también (Risas).

 

- Yo había tenido una noche horrible y realmente estaba malhumorada con él ese día, y si me daba alguna señal de que se iba a poner molesto, me temo que yo iba a estallar.

 

- ¿Y a él eso lo pone peor?

 

-No, no, creo que percibe que yo ya estoy en las últimas y que es mejor que se quede tranquilo. Y lo sorprendente es que se queda.

 

D. W. W.: Pero presumo que a la postre es el padre quien tiene que intervenir en defensa de su esposa. También él tiene sus derechos. No sólo desea que su esposa vuelva a tener una vida propia, sino que además quiere tenerla para sí, aunque a veces esto implique la exclusión de los hijos. Así que con el correr del tiempo el padre se pone firme, lo cual me retrotrae a mi charla de unas semanas atrás sobre "Decir No". En uno de esos programas señalé que es particularmente cuando se pone firme el padre se vuelve significativo para el niño pequeño, siempre y cuando antes se haya ganado, con su conducta amistosa, el derecho a adoptar esa firmeza.

 

Por cierto que puede ser fastidioso cuidar niños pequeños, pero la alternativa, la regimentación del niño, es la idea más espantosa que puede ocurrírsele a una madre. Así que supongo que los niños continuarán fastidiando a las madres y éstas seguirán contentas de haber tenido la oportunidad de ser sus víctimas.