Sobre la seguridad

(1960)

 

 

 

Toda vez que se habla de las necesidades básicas de los niños, escuchamos las palabras "lo que necesitan es seguridad". A veces nos parece una afirmación sensata y otras, experimentamos algunas dudas. ¿Qué significa la palabra "seguridad"? Los padres sobreprotectores despiertan angustia en sus hijos, y los que no son confiables los confunden y atemorizan. Así, es posible que los padres proporcionen excesiva seguridad y, por otro lado, sabemos que los niños realmente necesitan sentirse seguros. ¿Cómo podemos aclarar este problema?

 

Los padres que logran mantener un hogar unido, proporcionan de hecho algo que es de inmensa importancia para sus hijos, y, naturalmente, cuando aquellos se separan los hijos sufren las consecuencias. Pero si se nos dice simplemente que los niños necesitan seguridad, sentimos que algo falta en esa afirmación. Los niños encuentran en la seguridad una especie de desafío, un desafío que los lleva a demostrar que pueden escapar. Llevada a su extremo la afirmación de que la seguridad es algo bueno implicaría que una prisión es un buen lugar donde crecer, lo cual es absurdo. Desde luego, la libertad del espíritu puede conservarse en cualquier parte, incluso en una prisión. El poeta Lovelace escribió:

 

Stone walls do not a prison make,

No iron bars a cage,

 

esto es, que la sujeción física no es lo único que debe tenerse en cuenta. Pero las personas deben vivir con libertad a fin de vivir con imaginación. La libertad es un elemento esencial, algo que permite a las personas desarrollar lo mejor que hay en ellas; sin embargo, debemos admitir que hay individuos que no pueden vivir en libertad porque experimentan temor con respecto a sí mismos y al mundo. Para esclarecer estas ideas, pienso que debemos considerar al niño, al adolescente y al adulto, y seguir la evolución, no sólo de las personas individuales, sino también de lo que ellas necesitan del medio a medida que crecen. Sin duda, es un signo de crecimiento sano el que los niños comiencen a poder disfrutar de la libertad que se les va otorgando gradualmente. ¿Cuál es nuestra meta en la educación de los niños? Confiamos en que cada uno de ellos adquirirá gradualmente una sensación de seguridad, y en que en su interior se establezca una creencia en algo, algo que no sólo es bueno, sino también confiable y durable, o que puede recuperarse aún después de que ha sido dañado o se ha extinguido. La pregunta es: ¿cómo se produce este desarrollo de un sentimiento de seguridad? ¿Qué lleva a ese estado satisfactorio de cosas en que el niño tiene confianza en las personas y las cosas que lo rodean? ¿Qué trae como consecuencia esa cualidad que llamamos autoconfianza? ¿Lo importante aquí es un factor innato o personal o bien la enseñanza moral? ¿Es necesario predicar con el ejemplo? ¿El medio debe proporcionar lo necesario para producir el efecto deseado?

 

Podríamos examinar las etapas del desarrollo emocional por la que cada niño debe pasar a fin de convertirse en una persona sana y, eventualmente, adulta, y, de paso, referirnos a los procesos innatos del crecimiento y a la forma, necesariamente muy compleja, en que los seres humanos se vuelven personas por derecho propio. Con todo, quisiera considerar aquí la provisión del medio, nuestro propio papel y el de la sociedad con respecto a nosotros.

 

El medio es el que permite que cada niño crezca, pues, si no es confiable, el crecimiento personal no puede tener lugar, o bien resulta distorsionado. Además, y dado que no hay dos niños que sean exactamente iguales, debemos adaptarnos específicamente a las necesidades de cada uno. Ello significa que quien tenga a su cuidado una criatura debe conocerla y actuar sobre la base de una relación personal y viva con ella, y no basándose en lo que ha aprendido y aplicándolo en forma mecánica. Por el hecho de estar presentes, confiables y congruentes, proporcionamos una estabilidad que no es rígida, sino viva y humana, y eso hace que el niño se sienta seguro, y pueda crecer. Este es el tipo de relación que puede absorber e imitar.

 

Cuando ofrecemos seguridad hacemos dos cosas a la vez. Por un lado, y gracias a nuestra ayuda, el niño está a salvo de lo inesperado, de innumerables intrusiones desagradables y de un mundo que no conoce ni comprende, y, por otro, lo protegemos de sus propios impulsos y de los efectos de esos impulsos. Es innecesario señalar que los niños muy pequeños no pueden prescindir de nuestros cuidados ni manejarse por su cuenta. Necesitan que los sostengan, que los lleven de un lado a otro, que los laven, los alimenten, los mantengan a la temperatura adecuada y los protejan de las corrientes de aire y los golpes. Necesitan que alguien haga frente a sus impulsos y nos necesitan para que su espontaneidad tenga sentido. En esta temprana etapa las cosas no son muy difíciles porque, en la mayoría de los casos, el niño cuenta con una madre que, durante un tiempo, se ocupa casi exclusivamente de las necesidades de su hijo. Durante este período el niño está protegido. Cuando una madre tiene éxito en esta etapa, el resultado puede ser un niño cuyas dificultades corresponden realmente a la vida y a los conflictos inherentes a los sentimientos vivos, y no a los choques con el mundo. Así, en la mayoría de las circunstancias satisfactorias, en la seguridad del cuidado que se le proporciona al niño, éste comienza a llevar una vida personal e individual.

 

Muy pronto los niños empiezan a defenderse de la inseguridad, pero durante las primeras semanas y meses, están muy débilmente establecidos como personas y, si carecen de apoyo, los factores adversos distorsionan su desarrollo. El niño que ha conocido la seguridad en esa temprana infancia comienza a abrigar la expectativa de que no "le fallarán". Frustraciones, sí, eso es inevitable, pero que le fallen, eso no.

 

Lo que nos interesa aquí es qué ocurre cuando se establece en el niño un sentimiento de seguridad. Pienso que se inicia entonces una prolongada lucha contra la seguridad, esto es, la que proporciona el medio. Después del período inicial de protección, la madre permite gradualmente que el mundo haga su aparición, y el niño pequeño aprovecha ahora cada nueva oportunidad para la libre expresión y la acción impulsiva. Esta guerra contra la seguridad y los controles continúa durante toda la infancia, a pesar de lo cual los controles siguen siendo necesarios. Los padres siguen estando listos con sus medidas disciplinarias, con sus muros de piedra y sus barrotes de hierro, pero, en la medida en que saben cómo es cada uno de sus hijos y les preocupa su evolución como personas, aceptan de buen grado el desafío de los niños. Continúan actuando como custodios de la paz, pero saben que habrá desobediencia e incluso revolución. Por fortuna, en la mayoría de los casos tanto los niños como los padres encuentran algún alivio para esta situación en la esfera de la imaginación y el juego, y a través de las experiencias culturales. Con el correr del tiempo, y si son sanos, los niños se vuelven capaces de conservar un sentimiento de seguridad frente al peligro manifiesto, como sucede cuando un progenitor se enferma o muere, cuando alguien se comporta mal o, cuando un hogar se desintegra por un motivo o por otro.

 

La necesidad de poner a prueba las medidas de seguridad

 

Los niños necesitan comprobar constantemente si pueden seguir confiando en sus padres, y estas pruebas continúan a veces hasta que los niños ya están en condiciones de ofrecer protección a sus propios hijos, y aun después. Los adolescentes, en particular, ponen a prueba todas las medidas de seguridad y todas las reglas y reglamentos. Así, habitualmente sucede que los niños aceptan la seguridad como un supuesto básico; creen en el cuidado paterno y materno porque lo han conocido. Abrigan un sentimiento de seguridad que se ve continuamente reforzado por las pruebas a que someten a sus padres y a sus familias, a sus maestros y amigos, y a todas las personas que conocen. Habiendo comprobado que llaves y cerrojos están realmente echados, proceden a forzarlos. Lo hacen una y otra vez, o bien se quedan acurrucados en la cama, escuchando discos con canciones tristes y sintiéndose totalmente inútiles.

 

¿Por qué los adolescentes en particular hacen estas pruebas? Ello parece deberse sobre todo a que experimentan sentimientos intensos y atemorizantemente nuevos, y quieren estar seguros de que los controles externos no han desaparecido. Pero, al mismo tiempo, deben demostrarse que pueden liberarse de esos controles y afirmarse como individuos. Los niños sanos necesitan a su alrededor personas que sigan conservando el control, pero deben ser personas hacia las que sea posible experimentar amor y odio, rebeldía y dependencia; los controles mecánicos resultan inútiles, y el temor nunca es un buen motivo para la obediencia. Siempre es la relación viva entre las personas lo que permite el verdadero crecimiento, el cual gradualmente, con el correr del tiempo, hace que el niño o el adolescente adquiera un sentido adulto de la responsabilidad, sobre todo en lo concerniente a proporcionar seguridad a los niños de la nueva generación.

 

Esto es lo que hacen los artistas creadores de todo tipo. Cumplen una función muy valiosa para nosotros, porque crean constantemente nuevas formas y las abandonan, pero sólo para crear otras nuevas. Los artistas nos permiten mantenernos vivos, cuando las experiencias de la vida real amenazan con destruir nuestra sensación de estar vivos y de ser reales. Más que cualquier otro individuo, el artista nos recuerda que la lucha entre nuestros impulsos y el sentimiento de seguridad, ambos vitales para nosotros, es una lucha eterna que tiene lugar en el interior de cada uno de nosotros mientras alienta la vida.

 

Así, pues, los niños sanos desarrollan suficiente confianza en sí mismos y en las otras personas como para odiar los controles externos de todo tipo, pues ahora éstos se han transformado en autocontrol. En tales circunstancias, el conflicto se resuelve por anticipado dentro de la persona. Por consiguiente, esta es mi manera de ver las cosas: las circunstancias favorables en las etapas tempranas conducen a un sentimiento de seguridad, y éste, al autocontrol que, cuando se constituye en un hecho, hace que la seguridad impuesta sea un insulto.