Siempre son inteligentes en algo (niños con desventajas)

 

 

 

Ahora abordaremos un tema importante del que nos hemos ocupado poco; aquí está la carta de una madre de un pequeño mogólico de once años quien le pide a usted que hable de los niños que presentan deficiencias. “De todas maneras algunos de nosotros debemos librar un combate muy duro para hacer que esos niños sean aceptados por sus compañeros y por la sociedad”.

 

Ésta es una cuestión bastante amplia, pues el asunto difiere, según se trate de niños con deficiencias psicológicas y sociales, pero sin defectos físicos discernibles, o según se trate de niños con deficiencias físicas bien visibles, como los mogólicos, por ejemplo; no se puede comparar a un niño mogólico con un niño que presenta ciertas deficiencias pero es físicamente por completo sano.

 

Comencemos con los niños mogólicos; todos ellos tienen la misma particularidad: son poco agresivos. Pero en cambio poseen una riqueza de corazón y una sensibilidad muy finas en sus relaciones con los demás (con los padres, con otros niños, etc.). Sufren, aun más que los otros, si no se los quiere, porque no pueden contar con las compensaciones que encuentran los otros niños fuera de la familia (en la escuela, por ejemplo), a partir de los tres años, pues estos conocen a compañeros en los que descubren afinidades. Los niños mogólicos son mucho más sensibles al cariño de los padres y tardan mucho más que los otros en hacerse de amigos. Los padres, los hermanos, los abuelos continúan siendo los polos dominantes de la sensibilidad de estos niños. Es una pena que los padres, una vez pasado el choque que representa el nacimiento de un hijo mogólico, no sepan siempre descubrir el tesoro de ternura de esos niños, su gran sensibilidad, y también esa gran capacidad de tolerancia, y hasta indulgencia, que muestran ante momentos de mal genio de sus padres cuando luego estos les explican; “Te pido perdón. Estuve violenta, impaciente, pero sé que haces todo lo que puedes y que no puedes obtener los mismos resultados que tus hermanos y hermanas a causa de esa deficiencia que padeces desde el nacimiento. Pero te quiero tanto que no debes afligirte”. Con un niño mogólico hay que reparar rápidamente, mediante ternura, cualquier herida que pueda habérsele inferido, porque un niño de esta clase se siente vivamente herido. Entonces comienza a dudar de esos seres que son lo más querido que él tiene. Esto en lo tocante a lo niños mogólicos.

 

En lo que se refiere a los otros niños que presentan deficiencias, siempre son inteligentes en algo. Niños encerrados en sí mismos tienen una extraordinaria inteligencia y una sensibilidad (auditiva o táctil u óptica o estética o gustativa) que yo llamaría inmediata. Esto es algo en que debieran reparar los padres de hijos con deficiencias psicosociales, pero no físicas: ¿cuál es el sentido más vivo? Al hacer utilizar a cada uno de ellos el órgano más sensible, se favorecerán los intercambios y las complicidades de comprensión, pues se permite al niño hablar de las diferencias que es capaz de percibir. Por ejemplo, si se trata del olfato, se le presentarán perfumes, olores; si se trata del gusto, platos de sabores diferentes; y habrá que hablarle, mientras tanto, designando con sus nombres cada cosa y dando pruebas de una gran tolerancia; cuando un niño es sensible al gusto, por ejemplo, hay que respetar sus elecciones, si quiere hacer mezclas extrañas; si tiene la vista muy sensible y si frente a ciertos cuadros o ciertos colores o un paisaje se pone de pronto pensativo, los padres pueden establecer entre el hijo y ellos una complicidad: “¡Cómo miras eso! Veo que te interesa mucho”, y demostrarle que ellos también se interesan junto con él en lo que contempla, en aquello que está concentrado. De esa manera descubrirán la inteligencia de su hijo.

 

Algunos niños con deficiencias psicosociales son insoportables, porque no permanecen quietos en ningún lugar, trepan por todas partes, hacen muecas…Se los llama inestables, precisamente porque no puede encontrar lo que les interesa. A menudo tales niños son muy movedizos, es decir, que tienen una inteligencia motriz, una inteligencia del cuerpo. Los padres demasiado frecuentemente se ponen a reprenderlos, a regañarlos, a contenerlos, a encerrarlos o a castigarlos, cuando en realidad si el padre inventara juegos de destreza, aparatos para trepar y les hicieran hacer juegos de equilibrio, estos chicos se sentirían muy contentos de verse admirados por su intrepidez. Y además, ¿por qué no practicar la danza a ciertos niños que están trabados en la vida escolar y en la palabra? Esto último no impide naturalmente que se les hable, por supuesto. Lo que no hay que hacer es estar midiendo continuamente las aptitudes de estos niños, como desgraciadamente hacen muchos padres. ¿Sabe usted que Einstein, hasta los nueve años, era considerado por todos como un débil mental?

 

No. Pero sabía que en la escuela tenía resultados catastróficos y que sus profesores dudaban de su futuro.

 

Era un débil escolar y un débil mental. Nunca estaba atento a las preguntas, estaba siempre distraído y le faltaba habilidad. Los padres decían: “¡Qué importa! Tiene buen carácter” y pensaban que siempre podría encontrársele algún trabajo, como por ejemplo, transportar las piezas de paño de uno de sus amigos que era comerciante. Lo querían mucho. Y repentinamente, después de los nueve años, se produjo la eclosión de una inteligencia que era a la vez meditativa y matemática y que nadie había adivinado. Y luego, hasta los veinte años, a pesar de esa inteligencia o precisamente a causa de ella, fracasó en los estudios que emprendió.

 

Muchos niños llamados deficientes se hacen músicos, otros pintores, etc. La inteligencia siempre existe, incluso en los niños con deficiencias. Amémoslos como son, ayudémoslos a que conserven la confianza en sí mismos, a que sean felices, alegres y sociables, apoyemos su interés día tras días. Es ésa la manera en que pueden desarrollar mejor sus posibilidades.

 

Una mujer de unos treinta años y su marido de treinta y tres años están muy preocupados por su hija única de nueve años y medio: era bizca de nacimiento, la operaron pero perdió la visión de un ojo. A los cinco años, la directora de su escuela declaró que la niña era rebelde; un pediatra consultado dijo que tenía mal genio, cuando en realidad en su casa y con sus padres era encantadora. “Si todos los niños de mal carácter son como mi hija, no debe ser muy difícil re-educarlos.”, escribe la madre. Entonces aconsejaron a los padres sesiones de psicoterapia, como usted misma lo aconseja a menudo. Después de noventa sesiones, los padres interrumpieron el tratamiento por su cuenta, porque, según la madre, a la pequeña le chocaba el estado de los otros niños que aguardaban en la sala de espera. Luego los padres le hicieron seguir sesiones de ortofonía, porque la niña presentaba cierto retraso en el lenguaje. Como la escuela a la que la niña asistía (que era una escuela privada) cerró sus puertas, tuvo que ir a otra en la cual ahora progresa en sus estudios aunque lentamente. En ella todo marcha bien. Este año ingresó en el CES, y el drama estriba en que en la visita médica obligatoria el médico declaró que había que colocarla en el IMP.

 

Es decir en un instituto medico pedagógico.

 

¡Eso es! Esa visita se realizó en presencia de la directora, que se puso a explicar largamente el caso de la niña al médico a quien le mostró la carpeta médica en la se mencionaban las sesiones de psicoterapia y declaró que no quería tener en su escuela alumnas como ésa, cuyo lugar estaba más bien en un instituto medico pedagógico. Los padres están escandalizados por la actitud del médico y de la directora. Las maestras consultadas -la de este año y las que tuvieron relación con la niña el año pasado- se presentaron para protestar y declarar que, por el contrario, la alumna hacía progresos, lentos ciertamente, pero regulares, que podía seguir los cursos y que, por lo tanto, se trataba de una decisión completamente injusta. La madre agrega, por otro lado, que oyó decir a esta misma directora otros padres que sus hijos eran débiles mentales: ¿Con qué derecho puede permitirse decir semejantes cosas?” Y explica que por lo visto quiere conservar una imagen de distinción de su escuela, una escuela en la que todos sus alumnos obtienen buenas notas. (“Eso de sacar malas notas no se hace.”).

 

¡Es eso, por desgracia!

 

Un psicólogo que luego consultaron los padres sometió a una serie de tests a la niña y llegó a la conclusión de que podía seguir perfectamente los cursos. Entonces ¿qué hacer?

 

Realmente no sé. Verdad es que ahora se presta oídos a los ucases de los pediatras escolares, y los padres deben generalmente someterse a esas decisiones tomadas, como aquí, arbitrariamente, por una directora y por un médico, que a su vez está influido por esa directora. En primer lugar, pienso que la opinión de las maestras de clase debería predominar sobre la opinión de la directora; por otro lado, deseo que todos los chicos estén mezclados en un mismo establecimiento cualquiera sea la capacidad de desarrollo de esos chicos. No importa la rapidez con que hagan progresos, lo que cuenta es que necesitan estar juntos como, por lo demás, ocurre en la vida, donde gente de todos los niveles de desarrollo está en contacto y todos están socialmente asociados en la actividad del país.

 

No veo pues la razón de que se quiera poner aparte a esta niña que para la maestra no está mal dotada…La madre no precisa si la pequeña tiene amiguitas y si lleva una vida social rica, porque se trata de un hija única que vive entre sus dos padres; tal vez, lo que le falta es un poco de vida social. Acaso sea también una niña sensible, que se da cuenta de que la directora la mira con malos ojos porque no es tan brillante como desearía y de cuando en cuando no es muy amable o muy gentil con esa directora. Es posible. De todas maneras, resulta curioso que se dijera que la niña tenía perturbaciones de carácter cuando en realidad nunca tuvo mal genio en la clase o en familia, pues sólo parecía tenerlo frente a esa directora. En todo caso, al principio era ciertamente una niña molesta por su vista; un niño está siempre incómodo porque a veces los otros chicos lo rechazan. Pero después de la operación presenta una sola desventaja: la de ver con sólo un ojo. Y con un ojo puede de todas maneras seguir bien las clases. Esta circunstancia tal vez la haya retrasado al principio. Pero puesto que las maestras aseguran que hace esfuerzos y progresa regularmente y puesto que los padres la ayudan, no veo por qué estos deban preocuparse tanto.

 

Me pregunto si la madre no debería ver a un psicoanalista para tratar de desdramatizar un poco la situación, porque para la niña es malo encontrarse así entre una directora que la detesta y una madre que se siente ofendida por eso. Hay establecimientos medico pedagógicos excelentes, donde los niños se sienten muy felices. No sé. Además no es bueno dejar a un niño en una escuela en la que será continuamente víctima de la directora y con maestras que también están en conflicto con la directora.

 

La madre se queja sobre todo de que se hayan tenido en cuenta muchas cosas, especialmente aquellas sesiones de psicoterapia que datan de dos o tres años atrás.

 

Esas sesiones se realizaron demasiado temprano para poder ayudar a la niña. Pero no sé por qué los padres las interrumpieron por su cuenta, en lugar de llegar a un acuerdo con el psicoterapeuta. Quizá haya que lamentar eso.

 

Interrumpieron las sesiones porque la niña no soportaba ver a los otros en la sala de espera…

 

Eso no es cierto. Un niño soporta eso, de la misma manera en que nosotros al ir al consultorio de un médico soportamos ver a otra gente enferma cuando nosotros mismos acudimos por un resfrío o por dolores intercostales que no se ven. Los que se impresionan son los padres cuando llevan al hijo a un centro de cuidados psicoterapéuticos y ven a otros niños más enfermos que el suyo. Tal vez esta señora ya había reaccionado con ansiedad a la promiscuidad de niños deficientes en la sala de espera y no ayudó a su hija a comprender que aquellos niños estaban más afectados que ella en su desarrollo, que allí eran cuidados y ayudados, cada uno en su nivel, por la persona que la ayudaba a ella. Es importante que los padres lo sepan: los niños no sufren en modo alguno al ver a otros niños enfermos. El espectáculo les interesa. Les gusta hablar de esos otros niños y que los padres mismos les hablen.

 

Por eso me pregunto si esta madre, que está tan ansiosa, no debería ir a ver a un psicoanalista o a una psicoanalista para comprender cuál es la mejor manera de ayudar a su hija; esa manera no consiste en defenderla continuamente ni en asistirla demasiado en sus deberes de clase; hay que ayudarla a que se desarrolle enviándola a un taller de juegos los días feriados, a fin de que alterne con otros niños y no viva como una hija única entre padre y madre. Ésa sería la mejor manera de ayudar a la niña a superar las dificultades sociales que probablemente tiene. Esto es todo lo que puedo decir en este caso particular.

 

Los padres de un varón de ocho años que padece de ambliopía…

 

Es una afección de la vista, el chico ve mal.

 

…y es parcialmente hemipléjico (y de una niña de seis años que no viene al caso aquí, puesto que no presenta ninguna deficiencia) le aportan a usted un testimonio sobre la falta de tolerancia, por parte de la sociedad y especialmente del sistema educativo, respecto de niños con deficiencias o, como muchos prefieren llamarlos, niños “que no son como los demás”. Estos padres se encontraron frente a un problema: o bien mandar a su hijo a una institución especializada -pero ese establecimiento estaba a más de doscientos kilómetros del lugar en que vivían- o bien, y eso fue lo hicieron, conservarlo en el seno de la familia y enviarlo a la escuela “normal”. Y este chico perdió mucho tiempo. “El problema al que realmente quiero referirme se sitúa en el nivel de la aceptación de esos niños que no son como los otros; es un problema relativo a la mentalidad de la gente, pues se trata de admitir el derecho que estos niños tienen a ser diferentes. El sistema de educación está planificado. Los niños -cualquiera sea su deficiencia, física, mental o de otra índole- que no responden a los criterios de normalidad tienen mucha dificultad en integrarse en el sistema. Ellos incomodan, por lo tanto se lo excluye.”

 

Éste es sobre todo un problema de las ciudades, en las aldeas, en cambio, se los admite muy bien en la escuela. En la actualidad se trata de un problema debido al crecimiento demográfico y también a esa actitud que consiste en medir a todos los niños con la misma vara. Ahora bien, cada niño se desarrolla de manera diferente. Entonces ¿a qué se llama “normalidad”? ¿A ese pequeño grupo que constituye el término medio de cada clase? ¿Y todos los niños deberían ser así? ¡Eso no es cierto! Estos padres tienen toda la razón del mundo.

 

Recibimos también cartas impresionantes sobre la manera en que reacciona la gente en la calle, en los consultorios, en el hospital, ante niños deficientes. ¡Es terrible! Es menester que comprendamos lo que esto quiere decir. Para los adultos es un problema de angustia. Se encuentran ante un niño, ante el cual no saben cómo reaccionar, pues no esperan en ese niño un mismo estilo de respuesta; entonces se sienten desorientados y tontos y eso los angustia.

 

Hay también casos –y es necesario que los padres de hijos con deficiencias lo comprendan- en que los padres tuvieron la desgracia de perder a un hijo sano y tienen el corazón atribulado por una gran pena. Al ver a un niño con deficiencias piensan en el suyo: “Si por lo menos lo hubiéramos conservado, aun con las imperfecciones que le dejó su grave enfermedad o su accidente”, o “el mío era hermoso y sano y está muerto, éste vive. ¿Por qué?”.

 

En el caso de los niños, hay que comprender que cuando se defienden de un camarada que tiene un desarrollo diferente del de ellos, lo hacen porque en el amor que los jóvenes se dedican los unos a los otros, hay un deseo y unas ganas de identificarse con él. Usan una defensa contra ese amor porque el niño en cuestión no es modelo. No se trata de un sentimiento consciente, es una especie de prudencia inconsciente. Es como un desprecio espontáneo. La educación debería modificar eso.

 

En todos los casos, tanto los adultos como los niños prefieren ignorar a los chicos con deficiencias, ¿no?

 

Así es, desgraciadamente; los adultos asumen actitudes de niños o bien dicen alguna pequeña maldad.

 

En efecto, tenemos aquí el testimonio de la madre de un niña de cinco años, también ella afectada de ambliopía y de ligeras deficiencias motrices. La madre había llevado a la hija al consultorio de un hospital y como la chica alborotaba algún tanto -lo cual parece bien excusable a los cinco años- en la sala de espera, le explicó para que la niña bajara el tono de voz, que estaban en un hospital, que allí había enfermos y que no había que molestar, etc. En ese momento una señora “muy bien” como suele decirse, ya de cierta edad, que también estaba esperando exclamó con un tono extremadamente despectivo, dirigiéndose a su marido, pero de manera que todo el mundo la oyera: “¿Por qué dice eso? Es inútil fingir. Esa niña no es normal…” Desde luego la madre se quedó petrificada. Y luego se oyó la vocecita de la nena que preguntaba a la mamá: “Pero ¿por qué dijo eso la señora? ¿Qué quiere decir?”

 

Esto me lleva a hacerle otra pregunta que a menudo aparece en nuestra correspondencia: “¿Hay que hablar a estos niños de su deficiencia?”

 

Sí y muy temprano. Apenas los padres advierten que su hijo tiene un desarrollo diferente del de los otros niños o que padece una enfermedad, hay que hablarle en seguida de la cuestión. Si, por ejemplo, la imperfección se produjo con motivo de una enfermedad o de un accidente se le dirá: “Cuando eras pequeña, te desarrollabas perfectamente bien. Y después ocurrió eso…”, y se le pintarán imágenes que el niño pueda comprender, como la de un árbol castigado por el rayo durante una tormenta: “Como ves, sólo tiene todavía dos o tres ramas, en tanto que todos los demás árboles que crecen alrededor de éste tienen muchas ramas. Pero también éste de desarrollará, la vida continúa. Poco a poco irá recobrándose, tal vez no del todo, pero sí en parte. Ya vez que de todas maneras es un árbol bien vivo”. Hay que valerse de imágenes como ésa. Y hay que decir siempre a un niño lo que tiene y luego preguntarle: “¿Y tu qué piensas? ¿Cómo crees que te vas a desarrollar?”; conviene pedir al niño que explique cómo siente él su estado en relación con los demás niños. Esto es algo en lo que rara vez piensan los padres de niños con deficiencias. Piensan en la manera de adaptar o readaptar al hijo, procuran con amor que éste no sufra demasiado; pero esta actitud se debe a que proyectan su propio sufrimiento en su hijo quien estaría muy interesado en que se le preguntara: “¿Qué piensas del hecho de no ser como los demás? ¿Qué crees que piensan tus compañeros de esto?” Conocer sus dificultades y poder hablar de ellas facilita los progresos que el niño pueda hacer y los hará mucho más rápidamente de lo que los padres esperan. En tales condiciones, el niño podría hablar con sus compañeros y decir: “Papá me explicó que no soy como tú porque…” De esta manera haría amigos y él mismo aceptaría su enfermedad. Estos niños se dan muy bien cuenta de que nunca le piden su opinión sobre su estado y que no les exigen tanto como se les exige a los demás. Y esto les choca; lo sé por niños a quienes atendí. Tengo ejemplos de niños a los cuales se había ocultado su enfermedad y que estaban perturbados, no por la enfermedad misma como pensaban los padres, sino por el hecho de que no les hubieran hablado de ella.

 

Por otro lado, sería menester que los padres ayudaran a sus hijos “normales” a tolerar a quienes tienen una enfermedad o una desventaja diciéndoles: “Esto también habría podido ocurrirte a ti. Es un niño, te quiere y quiere la vida. ¡Ayúdalo!” Es importante que haya solidaridad entre niños.

 

Por eso me afligen tato, como ya dije, esas segregaciones que hacen con los niños que presentan alguna deficiencia y son enviados a escuelas diferentes, en lugar de ponerlos en secciones especiales de escuelas ordinarias: eso enseñaría a los demás niños a ser tolerantes con todas las enfermedades, con todas las diferencias. Es bueno que cada cual pueda conservar la confianza en sí mismo y comunicarse con todos los demás por diferentes que estos sean de él. ¡La ayuda mutua! La ayuda mutua y la comunicación entre los niños deberían ser los principios fundamentales inculcados en la escuela preparatoria y primaria; y el ejemplo debería ser dado por los adultos en la escuela misma, en ese lugar que eligieron para dedicarse al desarrollo de niños ciudadanos, cualesquiera sean sus atribuciones, sus títulos, sus funciones (docentes, administrativas o de mantenimiento). Pero parece que éste es un problema insoluble entre nosotros, esa comunicación y esa ayuda mutua entre todos los adultos de la escuela, entre los más y los menos favorecidos por el número de horas, por sueldo, por las funciones. Están unos junto a los otros y en el mejor de los casos se ignoran. La conducta personal de un adulto tiene un valor formativo mayor que todo lo que pueda decirse a los niños. Y cuando la organización escolar en bloque instituye una segregación cada vez más temprana con el pretexto de brindar apoyo especializado, hace pasar por legítima una discriminación ética en el seno de la población, en lugar de corregir los prejuicios casi raciales de los padres de hijos sin problemas, respecto de los otros.

 

Veamos ahora el testimonio de un padre sobre los hijos con deficiencias: “Tengo dos hijos que tienen ahora veintidós y veinticuatro años. El segundo nació con un labio leporino y una división palatina. Mi mujer fue muy paciente con él y lo alimentó cuando era lactante con una cuchara, porque, por supuesto, no podía mamar. Se lo operó varias veces: a los seis meses, a los diez meses, a los dieciocho meses. A los cinco años no hablaba correctamente. Nosotros comprendíamos lo que decía, pero los que no tenían la costumbre de oírlo no le entendían. Fue reeducado fonéticamente en París y luego se hizo cargo de él una reeducadora privada. A los seis años, en la escuela sólo obtenía ceros en todas las materias y a menudo era enviado al rincón de la clase. Por fin, encontramos una escuela privada de pocos alumnos en un barrio de París. Allí aprendió a leer y escribir. Permaneció dos años en esa escuela y luego la cambió porque ya no le convenía; pero continuó asistiendo siempre a clases poco numerosas, de quince alumnos aproximadamente. Así logró hacer enormes progresos. Pero también, mi mujer y yo nos ocupamos muchísimo de este muchacho”.

 

En realidad, este testimonio está dirigido a los padres que tiene hijos con desventajas.

 

Sí, es sumamente interesante.

 

“Le gustaba la música, especialmente la folklórica. Entonces, lo inscribimos en cursos de música a los nueve años. En esa actividad lo vimos florecer. Aprendió a tocar el acordeón y desde hace unos tres años organiza bailes con la orquesta que él mismo formó. También compone música. Por lo demás, estudió en la escuela sólo hasta tercer grado, de modo que no obtuvo diploma, pero es capaz de desenvolverse por su cuenta, de mantener correspondencia, especialmente con artistas.

 

Para atender a sus costosas necesidades, mi mujer trabajaba y como sólo podíamos gozar de un mes de vacaciones, las tomábamos por separado, un mes cada uno con los chicos a fin de que estos pudieran pasar dos meses de vacaciones al aire libre. Ya ve usted cuál era nuestra situación, pero los resultados están a la vista.

 

Las escuelas y los médicos de los hospitales habían condenado a este niño. Lo que lo salvó fue la comprensión y el amor que encontró en las escuelas privadas de efectivos reducidos. ¿No se podrán crear escuelas de pocos alumnos en cada barrio?”

 

Es una carta muy hermosa. En efecto, sería deseable que hubiera en todos los barrios de escuelas de pocos alumnos para todos aquellos niños que tienen dificultades. (En la actualidad existen sobre todo escuelas para alumnos con ciertas deficiencias -los que ven mal, los que oyen mal, etc.-, pero en realidad no hay escuelas para niños deficientes como tales; lo que hay son clases de perfeccionamiento en las que se reagrupa a los niños de varias edades. Algunas son excelentes; eso depende del sistema de reclutamiento de las escuelas.) Me refiero a escuelas con clases poco numerosas en las que cada niños pudiera seguir sus estudios a su manera y según sus necesidades con educadores capaces, como los que tuvo este muchacho, que den pruebas de afecto y hagan comprender a los padres la manera en que deben ocuparse también ellos de sus hijos.[1]

 

En esta carta hay un pasaje que me parece muy importante: aquel en que los padres cuentan cómo descubrieron que su hijo estaba dotado para la música. Eso es lo que hay que hacer cuando se tiene un hijo que no sigue muy bien las clases: buscar lo que le interesa -tal vez sea la danza o el trabajo manual, la pintura, la mecánica, la cocina, etc.- y, si se puede, permitirle que se entregue seriamente a la actividad favorita, como hicieron estos padres. Y allí estaba el porvenir del muchacho; se había preparado desde los nueve años. Es más importante dominar un medio de ganarse la vida que realmente nos apasione que realizar buenos estudios sacrificándoles todo nuestro tiempo, sobre todo si encontramos dificultades, para luego, en definitiva, tal vez abrazar una profesión que no nos interesa.

 

Para terminar con el tema sobre los niños con desventajas, veamos una carta de protesta contra una respuesta que usted dio un día a un joven que era enclenque y que por esa razón sufría las burlas de sus compañeros de escuela.

 

“Usted me hizo saltar; hubiera preferido oírle predicar la rebelión, explicarle que tenía derecho a la consideración y al respeto como los demás. Su sublevación quizá hubiera hecho reflexionar a sus amigos en que también ellos podrían haber sido víctimas de las mismas enfermedades y encontrarse en el mismo caso que él. Usted no le aconsejó que se defendiera, sino que le aconsejó que se mantuviera apartado, que continuara escribiendo sus cuentos y, por fin, que desarrollara su sensibilidad antes que su agresividad. Tengo un hermano mayor que es muy sordo y que a los doce años tuvo problemas en la escuela: estaba en un colegio de niños “normales” y en casa se quejaba continuamente de las malas pasadas d sus camaradas. Nuestros padres le dijeron: “Debes imponerte, no te dejes manosear”. Y en efecto, el muchacho así lo hizo.” La carta termina así: “El deficiente no tiene que excusarse por pasar así en la vida. Es hora de que los hombres tomen conciencia de esto”.

 

Creo que se trata de dos casos diferentes: aquel joven tenía todavía el cuerpo de un niño y una voz femenina, lo cual hacía que todo el mundo lo llamara “señorita”; naturalmente la actitud despectiva de sus camaradas lo hacía sufrir. Creo que, con una voz como la suya, si se hubiera rebelado los compañeros se habrían burlado aun más él. Tal vez el hermano de esta corresponsal era un matasiete grandote que podía dar palizas a los demás, pues no por ser uno sordo es enclenque. No se trata de la misma desventaja, no sé. Pero si aquel joven al que yo me dirigía en aquella oportunidad puede leer hoy este testimonio, que saque de él un ejemplo. Tal vez debería haberle aconsejado eso.

 

Por lo demás, resulta curioso que mi respuesta haya dado motivo a reflexionar tanto; en efecto, hemos recibido otras cartas y especialmente el testimonio de una madre de varios hijos, el último de los cuales parecía también él marginal. Lo mismo que aquel otro joven, éste tenía éxito en sus estudios desde pequeño, pero era enclenque, extremadamente sensible y reaccionaba a las burlas de sus compañeros con fenómenos psicosomáticos de sufrimiento. Se le hinchaban las manos y los pies; en esos momentos apenas podía sostener la pluma cuando escribía. Se sentía tan desdichado, a pesar de la gran confianza que tenía en sí mismo y en su trabajo, que alrededor de los quince años declaró a sus padres que ya no podía soportar ser cabeza de turco de todo el mundo (con una voz que todavía no estaba bien definida y que luego se formó tardíamente, como en la mayor parte de los varones). Les pidió que lo pusieran como alumno pupilo en un colegio inglés pues sabía probablemente por conocidos que había encontrado durante sus vacaciones, que en Inglaterra son mucho más respetuosos de la personalidad de cada cual. Lo padres no eran ricos y los profesores que contaban mucho con ese alumno tan brillante desde el punto de vista escolar, consideraban una locura interrumpir los estudios en Francia; de manera que el muchacho aceptó -por afecto a sus padres- cursar un año escolar más en esas circunstancias bastante dramáticas para él. Pero como los padres lo veían tan tenso y lo oían decir: “No sé si tendré coraje de llegar hasta el fin”, terminaron por enviarlo a Inglaterra, a pesar del enorme sacrificio pecuniario. Y allí alcanzó un éxito completo. Mientras hacía sus estudios en inglés, hasta aprobó en Londres el bachillerato francés estudiando por su cuenta. Éste es un joven que se ha desenvuelto bien, que dio a su vida la dirección que debía darle, como lo había decidido a los quince años y medio, después de madura reflexión. Ahora lleva una vida de éxito, un poco marginal, en relación a los franceses, pero hizo una adquisición enorme: pudo crecer y desarrollarse sin sufrir las burlas permanentes y la envidia de los demás, que lo veían triunfar, aunque fuera diferente de ellos por su aspecto. La mamá concluye la carta así: “Creo que yo habría respondido como lo hizo usted: que ese joven trabaje por correspondencia, que continúe por el camino por el que lo lleva su gusto por la literatura. Porque aquí ya se trata d un principio de vocación, ¿no?”

 

Como usted ve, estas dos cartas se contradicen un poco. A veces resulta difícil responder. Yo digo lo que siento, pero me complace mucho comprobar que otros piensan de manera diferente y que aportan soluciones distintas. A cada cual le corresponde elegir lo que más le conviene.

 



[1] Clases de pocos alumnos, sí, pero intensa vida familiar, social, recreos con todos. No se trata de separar a los menos dotados, a los deficientes y a los niños con problemas de quienes se dice que “molestan” a los otros y a quienes se rechaza en las escuelas (tanto del Estado como privadas) abiertas a los demás.